Con tantas declaraciones en los medios, artículos de opinión y tanta gente e instituciones que se están subiendo al carro de la reivindicación -la mujer es hoy un tema de moda-, me preguntaba uno de mis hijos (un adolescente) si la culpa de todos nuestros problemas era solo de los hombres; qué es lo que estaban haciendo mal; si él, cuando le llegue el momento, va a tener alguna oportunidad laboral; que los hombres que conoce son “modernos”y para nada machistas; si ahora no nos estamos pasando un pelín o más bien tres pueblos

¡Claro que no!

Igualdad

Igualdad es concienciación. Difundir una cultura y crear una sociedad que considere y trate igual, en la vida privada, en el ámbito doméstico y en el mundo laboral, a mujeres y hombres. Ofrecer las mismas oportunidades para todos, sin que constituya una ventaja ni desventaja tu sexo.

Romper el techo de cristal para desempeñar cargos directivos, ejercer puestos de poder y permitir mostrar nuestras capacidades, si las tenemos. Asegurar que las diferencias salariales por igual actividad sean consecuencia del talento, el esfuerzo y el compromiso de cada empleado y nunca del sexo de quien trabaja. Poder promocionar con las mismas papeletas que el hombre.

Hacer que la maternidad sea lo que es: una riqueza y felicidad para la mujer que decide tener hijos y nunca un obstáculo para su carrera profesional y hasta para su salud, por el mucho estrés que, en general, hoy por hoy implica compaginar y conciliar. Ofrecer posibilidades laborales pasados los 45, los 50… que, si bien es cierto que marginan a hombres y a mujeres, a la mujer todavía más.

Conseguir que el papel de cuidador de niños, mayores y enfermos sea una actividad elegida por quien lo desempeñe y no un papel que culturalmente se delega o asigna a la mujer. Lograr que lo normal, lo habitual, sea que las tareas domésticas y las responsabilidades del hogar se distribuyan y compartan más o menos equitativamente (a elección consensuada de cada pareja). Y que quien es madre pueda conciliar de verdad, sin riesgo laboral ni sobrecarga personal.

Despreciar socialmente y penalizar el acoso sexual y a quienes nos cosifican. Conseguir que las diferencias biológicas y físicas sean lo que son, diferencias, y nunca se utilicen para dominar, someter o hacer de la mujer el ser secundario.  Trabajar más y mejor contra las agresiones sexuales y la violencia doméstica; contra cualquier violencia en el ámbito privado y fuera de él, la ejerza quien la ejerza.

Disponer en todas las sociedades de las mismas posibilidades de educación, básica y superior, sin que por haber nacido mujer se tengan menos posibilidades o se invierta menos que en el varón. Más allá de la ginecología, lograr que la investigación médica se oriente con el mismo esfuerzo a las enfermedades propias de mujeres como de  hombres. Incluirnos con la misma importancia en las manifestaciones sociales, en las deportivas sin ir más lejos.

Tener claro que el “hombre” no representa a toda la humanidad ni es el género neutro del universo, y la mujer, un género especifico.

Erradicar comportamientos injustos y hasta criminales, como el trabajo y el matrimonio infantil y adolescente, donde los dos, mujer y varón, pierden, pero la mujer mucho más; la ablación genital; la trata de blancas; usar a la mujer como descanso del varón o trofeo de guerra… No imponer, ni mediante la fuerza de la costumbre ni mediante la ley o el poder de ninguna creencia, cómo hemos de vestirnos, desvestirnos o taparnos, a menos que lo asumamos libremente.

Dejar de esperar implicitamente que la mujer sea multitarea, superwoman, cuidadora, sexi y atractiva hasta el momento de expirar.  ¡Ufff…! Me quedo corta. Falta más. Mucho más…

Todas mano a mano, concienciadas y comprometidas desde nuestras muchas diferencias

Afortunadamente muchas mujeres tienen superadas estas reivindicaciones. Muchas familias apoyan e impulsan con igual entusiasmo e interés la formación de sus hijos, chicas y chicos. Tímidamente vemos mujeres que, con esfuerzo, talento y suerte, desempeñan por fin el cargo de presidentas, directivas o simplemente lideran sin problemas a sus grupos de trabajo… Otras muchas comparten con sus parejas, de mutuo acuerdo y sin broncas, las tareas domésticas, y el llevar y traer a los niños. Muchas han decidido y conseguido una maternidad prolífica y otras muchas, por elección y afortunadamente sin ninguna presión ni culpa, no han querido ser madres. Y las hay que afirman que no han experimentado el machismo.

El mundo, tenemos esa esperanza, avanza hacia la Igualdad, pero muy a pasito corto.

Aun así, la mayoría de mujeres nos reconocemos en alguna de estas reivindicaciones. Aunque solo sea en el hecho de que, para llegar donde hemos llegado -como profesional, madre o las dos cosas- nos ha costado más esfuerzo, tiempo y estrategia, que si hubiéramos nacido varones.

Y si consideras que en tu vida la igualdad es una realidad, duélete y enfádate por las muchas mujeres y niñas que viven situaciones injustas o están discriminadas solo por su sexo, con escasas opciones para crecer como personas y ser libres en sus elecciones… Esas mujeres  necesitan tu apoyo, el de todos, para que sus circunstancias cambien.

Un Sí solidario

Por eso, para decir Sí a la Igualdad, las votantes de todos los partidos políticos, desde uno a otro extremo del Parlamento y del extraparlamento… deberíamos estar. Hay tantos feminismos como mujeres. Todos son legítimos y valen, si avanzan en nuestros derechos o, simplemente, en hacer que para nosotras vivir sea tan facil, complejo o difícil… como lo es para el hombre. ¡Ni un obstáculo más solo por ser mujeres!

Nadie, ningún partido ni ideología, capitaliza nuestra defensa de la mujer. Reivindicar y apoyar no implica meterse en ningún saco ni definirte como ningún …ista en el que no te reconozcas. Todos los apoyos suman, cada mujer desde su sensibilidad, su ideología, su experiencia, su visión de las cosas y sus creencias.

El enemigo no es el hombre. Son las cosas que no están bien.  Las que nos han limitado, sobrecargado y nos han hecho secundarias y subordinadas.

Es el poder que no termina de llegar a la mujer y -hay que reconocerlo- en muchos casos porque no lo suelta el hombre.