Me he pasado la vida pensando que cuando cumpliera o estuviera cerca de los 50 años alcanzaría un cierto sosiego, calma interior y tranquilidad. Pero pasan los años y me doy cuenta de que hay personas que, por fas o por nefas, nunca alcanzaremos el sosiego. Ni siquiera un estado de cierta calma.

Imagino, como comentaba con mi madre esta mañana, que hay personas que, pase lo que pase, logran estar sosegadas y tranquilas. Y hay otras, como es mi caso, que, excepto en puntuales y excepcionales momentos que duran casi un suspiro, sabemos que nunca alcanzaremos el sosiego ni la tranquilidad física y mental que ansiamos. Si alguna vez lo alcanzamos, será en la vida eterna. Con esa esperanza vivimos.

Tal vez es que la falta de sosiego se hereda.  Si es así, claramente  lo he heredado de mi madre porque pasan los años y aunque ya veo que hay muchas cosas que para ella han dejado de tener importancia o, por lo menos, las trivializa mucho más que antes, sigue alerta y podríamos decir preocupada y alterada por otras muchas cosas. Unas que vienen desde antaño y otras nuevas que se van abriendo paso.

A lo mejor es que, en el fondo, y en nuestro fuero interno, no queremos sosegarnos porque ese constante estado de excitación y alerta nos hace mantenernos vivas e incluso, quien sabe, más jóvenes y lúcidas.

Leía un artículo sobre los problemas de la menopausia. Argumentaba que hace décadas las mujeres cuando llegaban a los 50 y, con ellos, a los temidos cambios hormonales, ya tenían hijos que habían abandonado el nido. Y que ahora, sin embargo, con el retraso de la maternidad y otra serie de factores que hace que los hijos estén en casa hasta mucho más tarde, muchas mujeres en esta edad y en pleno proceso de cambio se ven obligadas a lidiar con todos los cambios de sus cuerpos y de su mente sin el sosiego que disfrutaban las mujeres de hace unas décadas. Se decía literalmente: “Ahora, las mujeres han de poner orden en casos donde todas las hormonas andan locas de aquí para allá: las de sus hijos adolescentes despegando a un mundo nuevo, y las suyas aterrizando como pueden. Todo un auténtico cóctel molotov”.

He llegado a la conclusión que no es un tema puramente hormonal, aunque este influye y mucho en nuestros constantes cambios de ánimo y en nuestras subidas y bajadas que nos hacen casi ciclotímicas, sino que en parte es consustancial con nuestra condición femenina.

No estamos sosegadas, o por lo menos yo, casi nunca, por ejemplo, cuando duermo. El descanso es relativo, con un ojo abierto, un ojo avizor como diría aquel, pendiente de casi todo lo que ocurre o pueda ocurrir, la llegada de mis hijos, lo que tengo que hacer mañana, ese tema que me preocupa y que le quiero dar una solución …. Aunque me encantaría caer como un cesto, como les parece que caigo a los que me rodean, siempre estoy en una especie de duermevela.

Esta misma noche primero dormité, luego me desperté un poco alterada y me despejé, a continuación, logré volver a dormirme, y nuevamente me volví a despertar a mitad de la noche porque mi perrita estaba pululando por la casa, cosa poco habitual en ella cuando es de noche. Aunque no hacía casi ruido, ese ruido fue el suficiente para que me despertara, no así el resto de mi familia que ni se inmutaron.

En un momento determinado empecé a oí unos chasquidos, lejanos, pero raros, por lo menos para mí, y aunque los demás en sus respectivas habitaciones, sobre todo mi marido a mi lado, seguía durmiendo a pierna suelta, yo ya me había desvelado. El motivo de los ruidos era que había logrado coger la bolsa de galletas que estaba en la cocina y se las había cepillado casi todas. La pobre, tras el atracón, tenía mucha sed y no tenía agua, pero, como se nota que es chica, lejos de despertarnos, se fue abajo y andaba de un lado a otro, hasta que bajé y le puse agua, con su consiguiente y emocionado agradecimiento.

Simplemene quiero poner de relieve que, como en tantas y tantas cosas, he asumido mi desasosiego y que el desasosiego de muchas de nosotras, aunque lo podamos considerar positivo en ciertos aspectos, es inversamente proporcional al sosiego de los que nos rodean y que, en muchos casos y muchas ocasiones, gracias a nuestro desasosiego, los demás viven más sosegados. Otra cosa más que agradecernos.