En el álbum que me regalaron en mi despedida de la multinacional en la que trabajé durante tantos años, lleno de fotografías del pasado y del presente de muchas de las personas con quienes he compartido los mejores y los peores momentos de mi vida (de estos últimos afortunadamente ha habido pocos), una de las personas a la que tengo gran aprecio me escribió una frase preciosa: “Eres la persona que mejor ha sabido siempre atender a los de arriba, sin descuidar nunca a los de abajo”. No lo escribo para tirarme flores (aunque me llenó de orgullo), sino porque me ha hecho reflexionar. Sí; esa actitud debería de ser el leiv motiv que rigiera los actos de las personas que, en las empresas y en la sociedad, en la política y en cualquier tipo de organización, tienen un cierto cargo directivo o de poder.
La frase casi me abruma y, siendo sincera, no puedo asegurar que sea cierto que he sabido hacerlo así. Pero de lo que sí estoy convencida es que esa forma de actuar debería elevarse a la categoría de arte y ponerse en los altares de la dirección de equipos. ¿Por qué? Porque satisfacer los requerimientos de los jefes, armonizándolo con los intereses y las necesidades de las personas que tienes por debajo o que en la empresa ocupan cargos de menor nivel -y no por ello menos importantes- requiere una destreza, una sensibilidad y un equilibrio de fuerzas, semejante al equilibrio que intentó mantener el Canciller Otto Von Bismark durante los años 1871 y 1890, entre las 5 grandes potencias que pugnaban por ser reconocidas internacionalmente como el imperio que realmente creían que eran. Aunque, en este caso, para conseguirlo sea necesario poner toda la voluntad, empatía y corazón de las que el ser humano es capaz.
Y de esta capacidad estamos especialmente dotadas las mujeres, acostumbradas a lidiar con todos y con todo, haciendo un verdadero esfuerzo y ejercicio diario de equilibrio entre los de arriba y los de abajo. ¿Por qué? Porque no nos queda otra que poner interés y voluntad en ello si queremos compaginar y sacar adelante todas las funciones (profesionales, personales y familiares) que nos ha tocado desempeñar. Y porque la ciencia ha demostrado que en este proceso entra en juego el hemisferio derecho del cerebro, ese que rige las emociones y la creatividad… y que nosotras utilizamos tanto.
Empatía, generosidad, colaboración…
Acabo de leer un artículo sobre un estudio elaborado en EE. UU., donde se explica que los hombres mayoritariamente rechazan anuncios en los que aparecen palabras como empatía, simpatía, familias y cuidado, porque inconscientemente los asocian a trabajos típicamente femeninos. En cambio, les atraen los anuncios de ofertas de trabajo que incluyen palabras como gestionar, excepcional, efectivo, eficaz, exitoso, manager… No se dan cuenta de que no son posibles esas palabras, si no se las acompaña de otras como empatía, generosidad, simpatía...
Como sugerencia, empeñémonos en esa ardua pero gratificante tarea que es hacer las cosas bien, tratando de no descuidar, ignorar ni faltar nunca a nadie.
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