Felicia Antonia Guadalupe Guerrero y Cueto fue una bonaerense del siglo XIX, considerada en su época la “mujer más bella de Argentina”. Su belleza, como la de tantas mujeres acosadas por el machismo y por los celos masculinos, fue para ella una soga y una tragedia.

Nació en 1846 en Buenos Aires, por entonces Confederación Argentina. Sus padres fueron el comerciante naviero Carlos José Guerrero y Reissig, nacido en Málaga, y Felicitas Cueto y Montes de Oca, nacida en la Argentina. Fue la mayor de once hermanos.

Durante su adolescencia conoció a Enrique Ocampo Regueira (futuro tío abuelo de la escritora Victoria Ocampo), quien pertenecía a una acaudalada familia porteña. Vivieron un enamoramiento juvenil, a pesar de las “pegas” de la familia de ella.

Un matrimonio concertado

Famosa por su belleza, el rico hacendado Martín Gregorio de Álzaga y Pérez Llorente se fijó en ella y la pidió en matrimonio.  Ella todavía no tenía 18 años y él 50. Felicitas no quería casarse con él y suplicó a su padre que no arreglara ese matrimonio, ni la empujara a casarse. Pero era un pretendiente demasiado rico y demasiado importante, y más para una familia tan numerosa, así que su padre no la escuchó e impuso su voluntad.

Felicia no supo no aceptar. Se casaron en 1864. Según algunas fuentes, Enrique, tras enterarse, se alistó en el ejército y se fue a la guerra contra el Paraguay.

Tuvieron dos hijos: Félix Francisco,  que falleció a los seis años a causa de una epidemia de fiebre amarilla y cuya desaparición destrozó a sus padres, y Martín, quien falleció al nacer, un día después de su padre.

Seis años después de la boda, falleció su marido, quien parece que la amó. La muerte de su hijo mayor mermó su salud y pronto él también murió. Felicia tenía entonces 24 años.  En ese momento, no solo seguía siendo hermosa, sino también dueña de una gran fortuna, pues Martín de Álzaga la había nombrado heredera de todos sus bienes “por el cariño que le profeso y por las inequívocas pruebas de afecto y bondad que he recibido de ella“.

A pesar de las tragedias vividas, desaparición de su marido y de sus dos hijos, Felicia se levantó. Por fin era dueña de su vida o eso pensaba. Gozaba de la relativa libertad que se concedía, a mitad del siglo XIX,  a una viuda joven de clase alta. Frecuentaba salones literarios, viajaba, gestionaba su patrimonio… Su belleza y su riqueza la hicieron ser una de las mujeres más famosas y distinguidas de Buenos Aires. La mujer más hermosa de la república” , “la joya de los salones porteños”  la llamó el poeta Carlos Guido Spano.  Las páginas sociales hablaban de ella, y alguien le dedicó esta copla no muy aduladora:

“Qué eres hermosa he sabido.

Y aunque coqueta, yo infiero

Que has de hallar pronto marido,

Pues tienes mucho dinero”.

Como era de prever, se vio  solicitada por numerosos pretendientes. El que se rumoreaba que tenía más posibilidades  era  Enrique Ocampo, quien seguía enamorado o encaprichado de ella. Y, sin que Felicitas sospechara nada, se empezó a creer con derechos. Según cuenta la leyenda, Enrique le escribía una carta diaria, que ella no respondía. Otros afirmaron lo contrario: que se enzarzaron a escondidas en una pasión arrebatadora, pero un día Felicitas decidió recluirse en una de sus estancias, para escapar del amor desquiciado de Enrique. Una tercera versión aseguraba que ella iba a sus estancias para encontrarse con él.

Fuera cual fuera la relación con Enrique, lo que sí es cierto es que Felicitas amaba el campo y solía pasar temporadas en su estancia La Postrera, donde se criaban ovejas.  En noviembre de 1871, se fue unos días  con varios amigos a la estancia «Laguna de Juancho», en la costa. Pero  días después, los convenció para trasladarse a «La Postrera», que a ella tanto le gustaba.

Amor 

Los jóvenes partieron por la tarde en sus carruajes. Los sorprendió una fuerte tormenta, que hizo que el cochero se perdiera. Casi de noche y perdidos, un jinete los vio y los invitó a hacer noche en su estancia. Se trataba de Samuel Sáenz Valiente, de 30 años y dueño de las tierras donde se habían extraviado. La leyenda afirma que, cuando la vio, Samuel  dijo caballerosamente:  “Esta es mi estancia, que es la suya, señora”.  Y como si de un folletín o una telenovela se tratara, se enamoraron.

Acoso

En Buenos Aires empezaron a correr rumores. Uno de ellos, que  había encargado un vestido en París, quizá para casarse… Desde ese momento comenzó su calvario. Enrique, despechado e intensamente celoso,  empezó a acosarla. Se dijo que le pidió visitas que ella rechazaba. Que le rogó desesperadamente. Que habló con su padre y le advirtió: “Dígale a su hija que, si se casa con otro, la voy a matar”. Que un día se cruzó con ella y le dijo: “Si no me permite ser el sol de su amor, seré su sombra“. Naturalmente, nadie se tomó en serio sus amenazas  y si alguien se preocupó, no hizo nada para prevenir ni evitar la posible tragedia.

Dos meses después de conocer a Samuel, Felicitas organizó una reunión  en la quinta de Barracas, para anunciar su compromiso. Era un día de enero de 1872,  y Felicitas, que estaba participando en las actividades de inauguración de un puente de hierro sobre el río Salado, el río que bordeaba la orilla de «La Postrera», regresó  del centro de Buenos Aires, tras haber ido de  compras. Había sido nombrada madrina de la inauguración y al acto, en su quinta, iban a acudir personalidades relevantes. También  seguía ocupada con los preparativos de su boda.

Cuando llegó a Barracas, su tía Tránsito  le avisó de que uno de sus pretendientes preguntaba por ella.  Enrique, sobrepasado por un amor enfermizo y obsesivo, fue en carruaje a la mansión e insistió en que le urgía verla. Felicitas no quería reunirse con él y pidió a su tía que lo despidiera con cualquier excusa.  Sin embargo, ante su insistencia, terminó por acceder. Otra vez no supo decir no. Le pidió a su tía que él la esperara en la sala de invitados.

Muerte

Después de dejar sus compras y de ponerse el vestido elegido para la fiesta, bajó al comedor, y saludó a su familia, a su prometido y a los invitados que llenaban el jardín. A continuación se acercó donde la estaba esperando Enrique, al que pretendía quitarse de encima para siempre. Según los testigos, Enrique le preguntó directamente: “¿Te casás con Samuel o conmigo?” Tras oír su respuesta, sacó un arma y gritando: “¡O te casás conmigo o no te casás con nadie!”, la apuntó.   Felicitas trató de escapar a través del jardín, pero su acosador le disparó por la espalda. Agonizó durante varias horas, hasta que falleció el 30 de enero de 1872. Tenía 26 años.

Al oír la discusión y  los disparos, un primo suyo y su padre entraron en la habitación. Los dos forcejearon con Enrique, quien  también murió. Nunca se aclaró si lo mataron a propósito, si resultó muerto por un tiro accidental de su propia arma o si se suicidó. Otras versiones afirmaron que los hermanos de Felicitas  le dispararon.  Tras tomar declaración a diferentes testigos, el juez cerró el caso de la muerte de Enrique como “suicidio”, es decir, que oficialmente se mató con el mismo revólver que usó para asesinar a Felicitas.

La noticia horrorizó a la sociedad de su tiempo y conmovió al país. Los diarios de la época llamaron crimen pasional” al femicidio, pero no abundaron en detalles, tal vez para no dar más alas al escándalo.  El impacto fue tan fuerte que sus padres, herederos de toda la fortuna,  decidieron construir una iglesia en su honor, en el mismo lugar donde había fallecido. La iglesia Santa Felicitas, obra del arquitecto Ernesto Bunge, sigue existiendo en Buenos aires. El templo conserva una estatua de Felicitas y de su esposo Martín. La tradición cuenta que las chicas que desean casarse deben atar un pañuelo en las rejas de la iglesia. Y que si a la mañana siguiente amanece húmedo, es por las lágrimas de Felicitas, cuyo espectro puede verse en los aniversarios de su trágica muerte.

Para la época fue una mujer avanzada”, afirman varios cronistas.  “También era atractiva por su actitud y su independencia, que distaba mucho de lo que se esperaba de una joven en el siglo XIX”. “Aunque solo pudo hacerlo durante muy poco tiempo y, eso sí, respaldada por su fortuna, consiguió tomar las riendas de su vida; decidió con quien se iba a casar la segunda vez, sin someterse a la autoridad paterna; gestionó sus tierras y las estancias que poseía; trajo vacunos y distintas razas de ganado a sus campos…

Su trágica muerte inspiró a diversos escritores argentinos y el pueblo, durante un tiempo, la convirtió en mito y fantasma.

Más información, wikipedia, Clarín, Infobae, El País (Leila Guerriero)