Leía un artículo hace poco que, criticando el mensaje, decía literalmente lo siguiente “Los hombres reafirman su masculinidad cuando aspiran y consiguen el poder. Las mujeres pierden su feminidad si lo hacen”.
Suena horrible, pero realmente es así o, más que así, en muchos casos acaba siendo así por múltiples circunstancias y porque parece que, si las mujeres alcanzan el poder, normalmente después de un arduo camino y siguen siendo o actuando de una manera muy femenina, entre comillas, parece que su autoridad se acaba poniendo en entredicho y pierden legitimidad para ejercer el mismo. Además de que muchas mujeres se han dado cuenta que, para lograr alcanzar ciertos puestos, tenían que comportarse de una manera mucho más “masculina”.
Hace un tiempo escribimos una entrada, que os animamos a leer o releer, donde nos proclamábamos feministas, femeninas y féminas y declarábamos nuestro derecho a no renunciar a ninguna de las tres cosas. En esta entrada reivindicamos nuestro deseo y voluntad de aspirar a alcanzar el poder y detentarlo mostrándonos totalmente femeninas, porque ahora sí, con nuestra edad, nos hemos liberado de muchas de las ataduras e inseguridades de la juventud. Sabemos que, si queremos ser femeninas, arreglarnos, cuidarnos, querer resultar atractivas, finas y educadas en nuestra forma de actuar y, poner en juego lo que es realmente importante para nosotras, es porque hemos elegido eso opción, porque nos hace sentir bien. No, porque nadie nos lo haya impuesto. Pero ese mismo respeto y admiración y, por supuesto, apoyo, lo tienen también esas mujeres que no quieren o no necesitan mostrarse de esta manera para ejercer el poder. Ellas también tienen pleno derecho a luchar y alcanzar el poder, legítimamente, mostrándose como quieran.
Si todas las mujeres han respetado y asumido, les gustara o no, a los hombres que están en el poder y han respetado la manera que tienen de ejercitarlo, ¿por qué no se deja que las mujeres lo detenten y lo ejerzan como quieran, como cada una decida?
Sí, si que queremos alcanzar o tener poder. Para eso, trabajamos y nos esforzamos. Queremos estar ahí para poner en práctica muchas de nuestras ideas. Sabemos que, si no es de esta manera, nunca se llevarán a efecto o lo será de tal forma que no notaremos nada. Lo queremos, porque el poder seduce; porque desde el más joven al más viejo, desde la derecha a la izquierda más extrema, desde la más pequeña compañía hasta la más grande, desde los que tienen poco o los que tienen mucho…, casi todos quieren llegar o tener poder. Y si no lo conocían, cuando lo han tenido, les ha seducido de tal forma que no lo quieren dejar y hacen todo lo posible para mantenerse y perpetuarse en él. Se aferran a él, como nos aferramos a la vida, con uñas y dientes. Observando a los poderosos, os damos cuenta de que algo tiene el agua cuando la bendicen.
El poder hace sobre muchas personas casi verdaderos milagros. Hace que parezca atractivo el que no lo es. Que se vea bonito lo que objetivamente es feo. Que parezca aceptable lo que objetivamente y desde todos los puntos de vista es inaceptable. Que se vea inteligente al que objetivamente es un botarate. Que se vea joven al que matemáticamente es mayor….
Si el poder hace todo eso, que ahora no entro a valorar, ¿por qué tenemos que renunciar las mujeres a él, cuando además podemos y queremos dotarlo de una apariencia más real, femenina y distinta en la amplia extensión de la palabra?
No vamos, no queremos renunciar a él, ni que los demás nos hagan renunciar a él, como ocurre tan a menudo. Tampoco vamos a permitir que su ejercicio nos reste un ápice de feminidad asumida y querida por cada una de nosotras, porque, cuando lo tengamos de verdad, lo ejerceremos como consideremos oportuno, de la forma y con los medios que nos parezcan adecuados, con labios rojos o sin maquillar, con el pelo largo y al viento o con el pelo corto, subidas a los tacones o a ras del suelo, en un lexus o en una bicicleta, con 60 años o con 30, con juventud o con madurez. Como queramos. Cada una, según sus ideas y su personalidad.
Las mujeres no hemos considerado calzonazos a aquellos hombres que nunca han tenido un poder real, aunque les hubiera gustado. Hemos respetado a los que lo detentan, aunque muchas veces nos parezca horrible la manera como se ejerce, e incluso tratamos de ayudarles y apoyarles. Así que de ningún modo vamos a permitir que nos digan si perdemos o no feminidad cuando aspiramos a tener poder o cuando por fin lo conseguimos.
Nos reafirmamos en el hecho de que, digan lo que digan, si podemos feminizar muchas cosas, y no solo poner el barniz de lo femenino, sino construirlas bajo el prisma de la mujer, a lo mejor se produce un verdadero cambio que vaya en beneficio de todos, hombres y mujeres.
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