En la última entrevista que concedió el modista Elio Berhanyer poco antes de morir, afirmó que era un hombre de ochenta y tantos años con una cabeza de veintitantos.
Esto no solo es un sentimiento suyo sino de muchas, muchísimas personas, a medida que se van haciendo mayores. Cuando mi madre exclama que ya no puede hacer esto o aquello y le respondo ..”Claro es que eres ya muy mayor”, siempre me contesta “… Ya, pero mi corazón no es viejo. No me siento vieja, ni quiero serlo, aunque mi cuerpo ya no me responda”. Sirva esto para hacer una reflexión sobre nuestro envejecimiento y la vejez de los que nos rodean.
Hace también pocos días leí un artículo sobre el envejecimiento vinculado al tema de las pensiones. Se explicaba el incremento de la media de edad en las personas mayores. Afirmaba que, en el 2033, uno de cada cuatro españoles tendrá más de 65 años, y de que esa proporción iría aumentando. Y que esas personas se encontrarán cada vez más solas. Concluía con lo siguiente: “España será un país más viejo y con más soledad”.
En una encuesta que se ha realizado hace poco con gente a partir de los 70 años, se les preguntaba como veían su envejecimiento y la mayoría lo veía de una forma muy negativa. Negativa desde un punto de vista económico y negativa desde el punto de vista asistencial y de cuidados.
A medida que se van haciendo mayores, muchas personas manifiestan no querer salir de su casa para ir a una residencia, porque, en general, les gusta poco y supone decir adiós a lo que ha sido su vida y sus recuerdos. A la mayor parte, les gustaría estar acompañados en esta última etapa de su vida por sus hijos y su familia. Aunque muchos son conscientes de la dificultad de esto, porque los hijos o familiares cercanos tienen poco tiempo para estar con ellos o porque no disponen de espacio en sus casas para poder acogerlos de forma permanente, no deja de producir un halo de tristeza, a pesar de que el mayor lo entienda y lo respete.
Cuando nuestra generación piensa si nuestros hijos o familiares nos podrán atender cuando seamos mayores, todos opinamos que no. Que no, porque la mayor parte de los que se han encargado de sus padres o de los mayores de su familia hasta ahora han sido mujeres. Y esas mujeres que somos nosotras y que después lo serán nuestras hijas, llevan una vida muy distinta a la que llevaron nuestras madres y abuelas. Tan distinta que les va a resultar difícil o imposible encargarse de los mayores de la familia. Además no tienen, digámoslo claro, esa especie de obligación moral de hacerlo que sí hemos sentido hasta ahora.
El hecho de ser mujeres no ha supuesto en ellas una educación orientada a hacerse cargo de nosotros en un futuro, aunque siguen siendo más proclives a cuidar a otros que los hombres. En ese mismo artículo se decía que cuando los hombres se quedan solos, el entorno tiende a volcarse, porque los ve más desvalidos que a las ancianas, menos capaces de cuidarse. Las mujeres son más autosuficientes y autónomas. Como en tantas cosas, dando nosotras el do de pecho.
Por otra parte, es posible que muchos de nuestros hijos o familiares cercanos vivan en otra ciudad o incluso en otro país, lo que haría imposible que se encarguen de sus padres. Aparte considero que, cada generación, se vuelve un poco más egoísta, más individualista.
Aunque queramos mucho a nuestros padres y no nos imaginemos la vida sin ellos, tener que estar pendientes de ellos, visitarles todos o casi todos los días, acompañarles a pasear, llevarlos a misa, hacer la compra para ellos, gestionar sus médicos… nos resulta estresante y a veces pesado. Y eso que las tareas de su cuidado personal y de la casa, en muchos casos las hacen terceras personas, a las que también tenemos que agradecer su trabajo. Aunque lo merezcan y se lo debamos, ocuparos de ellos nos quita tiempo para nuestros gustos y aficiones, y para nuestro descanso. Nos exige armarnos de paciencia y comprensión, porque todo se ralentiza y tiene que ser a su modo, a su ritmo. Los mayores acaban repitiendo muchas veces lo mismo y tenemos que dejar nuestras prisas a un lado. Aunque los amemos, es tan agotador como cuidar a un niño, pero sin la belleza, la ternura infantil y todo lo agradable que supone estar con un bebé.
Algún día todos nos haremos mayores y necesitaremos ser ayudados. Si el que nos ayuda es alguien al que queremos y apreciamos… podremos llegar al final de nuestra vida mucho más felices y acompañados. Pero, si no es así, como pasa en la mayor parte de los casos, a la tristeza y melancolía de ver que las fuerzas no nos acompañan, se unirá la tristeza y desolación de creernos o sabernos solos o por lo menos no acompañados como nos gustaría. El lado oscuro de la vejez es la soledad.
Cada vez buscamos más la felicidad, la paz interior, aunque, en mi opinión, cada vez tardamos más en encontrarla. No queremos ser conscientes de que depende de nosotros mismos, de nuestra actitud ante la vida. Lo que todos necesitamos siempre es cariño, no hablo de amor, sino de que nos traten con verdadero cariño. El cariño hace todo más fácil, y nos aporta seguridad y confianza. Aunque sobre todo buscamos ese cariño en nuestra familia, también podemos encontrarlo en nuestros amigos, en aquellos que forman y han formado parte de nuestra vida, en aquellos con los que hemos compartido tantos momentos y que además van a estar en una situación parecida a la nuestra por edad y recorrido vital. Con ellos se pueden, se deben arbitrar fórmulas, que eviten esa falta de compañía y de cariño cuando, por la decadencia física que implica la edad, más lo vamos a necesitar, tanto emocional como físicamente.
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