¡Dios mío! ¡Con qué cara me he levantado hoy! Claro que, con lo mal que he dormido, ¿qué puedo esperar? Me decía mi madre que solo duermes bien hasta que tienes hijos. A partir de ese momento, si son pequeños por unas cosas y si son mayores por otras, sumando el hecho de que con los años cada vez duermes peor y aumentan tus preocupaciones, dormir más de cinco o seis horas seguidas es una utopía. Si te desvelas, tardas horas en volver a conciliar el sueño.
–Me toca lavarme la cabeza-. Otra cosa que hace nada hacía con una soltura y rapidez increíble por la mañana y que ahora se me hace tan cuesta arriba. Después secarme el pelo con el secador, con ese secador que me acabo de comprar en el día sin IVA del Corte Inglés que, aunque pone silencioso, no puede hacer más ruido.
El otro día mi marido me preguntaba “Ese nuevo secador que te has comprado, ¿no hace mucho ruido?” Le respondí, que lo compré, entre otras cosas, porque la información del producto aseguraba que era un 50% más silencioso que los demás, además de profesional, condición sine qua non para que el pelo quede bien. Pero de silencioso no tiene nada. Parece que va a despegar un avión.
Aunque ya me había dado cuenta de lo ruidoso que era, empecé, como es habitual en mí, a darle vueltas sobre si debería cambiarlo. Observando mi marido que ya me lanzaba a la vorágine de siempre, afirmó “No, no suena como el otro”. Se adelantó antes de que dijera mi predecible frase: “Por favor, el domingo me llevas y lo cambio o monto un pollo por haberme engañado”.
Me dejé llevar porque estaba pensando “¿Me hago una keratina para evitar el encrespamiento o espero al verano?” Y, de repente, me encontré reflexionando sobre muchos de estos momentos de mi día a día con mi marido. Y concluí que ese sí es el verdadero amor, el que dura años.
Ese que, aunque te despiertes todos los días de tu vida con el sonido de un secador, porque el baño está dentro de la habitación y llevas toda tu vida utilizando secadores profesionales y, por mucho que digan, suenan y mucho, interioriza y acepta ese ruido atronador, casi como si fuera el canto de un pájaro.
Ese que, como si fuera una religión, te quita todos los días las gafas, antes de miopía y ahora de cerca, cuando sistemáticamente todas las noches te quedas dormida con ellas, medio sentada, porque presuntamente vas a ver la tele, aunque luego no veas ni media hora porque, como he dicho, el sueño es caprichoso y cuando viene, viene y sobre todo viene en los momentos más inoportunos.
Ese, que te apaga la tele, apaga el iPad, coloca el móvil y el mando en la mesilla, te quita el cojín, te da un beso y apaga la luz…, momento en el cual tú dices “¿Pero qué haces? Si estaba viendo la peli. ¿Por qué me quitas la televisión?” Y ya estabas emitiendo eso que tan poco nos gusta que nos digan, pero que casi todos emitimos: ronquidos o respiraciones fuertes, como diría mi padre.
Ese, que fuma en el baño, como si tuviera 15 años y te lo niega, cuando la evidencia de las paredes amarillas y el olor que sale por debajo de la puerta no deja lugar a dudas. Y tú, que ya has desistido de regañar, te haces la loca o lo dejas ya por imposible.
Ese que, cuando le muestras algo nuevo que te has comprado y que te parece un chollo o está súper de moda, aunque ya no sea muy acorde con la edad que tienes y le preguntas ¿Qué tal me queda? te responde “Me encanta”, aunque casi ni te haya mirado.
Ese, ante el que te puedes mostrar en todo tu esplendor o mejor en toda tu realidad y te sigue viendo con los ojos de cuando os conocisteis que, aunque eran los ochenta y tú eras de las más modernas de la época, cuando ves ahora las fotos te horrorizas y si puedes las rompes en mil pedazos, aunque él te viera maravillosa y tú a él como el chico más guapo y glamuroso de colegio de curas.
Ese, con el que te pasas la vida discutiendo, porque en muchas cosas tenéis gustos opuestos y no hay cosa en la que no opinéis lo contrario. Pero sin el cual no te imaginas ya el resto de tu vida. Ese al que, con sus muchas cualidades y su montón de irritantes defectos, quieres, admiras y necesitas. Eso y ese es el verdadero amor. Aunque tengamos otro que es el secador profesional, sin el cual, tampoco vamos ni a la vuelta de la esquina.
Ese sonido del secador también lo conozco yo, y esas respiraciones fuertes que no, ronquidos, y esos irritantes defectos y… Yo también conocí a mi amor en los 80 y sigo con el.
Gracias por este canto al amor duradero.
Muchas gracias a ti Ana por tu comentario. Nos encanta que nos escribáis. Nos encanta compartir con vosotras nuestros pensamientos y vuestras opiniones.
Maravillosa reflexión y ¡¡¡qué delicia leer cuando lo que se escribe está tan exquisitamente redactado!!! Algo que siempre ocurre en este blog
Felicidades por este genial trabajo y gracias por dejarnos disfrutarlo
Esa niña que me enamoró y aguantó en los locos ochenta, que me dio lo mejor en los noventa -nuestros tres tesoros-, que me estabilizó en los dos mil, y que me comprende en la presente década ……… esa mujer que me acompaña y me guía día a día. Esa mujer es un tesoro y su turbo secador un mal menor. Y juntos frente a un fuego imaginario se dan un beso que dura siete segundos y juntos pero solos como cadenas, juntos se quisieron como quisieron con sonrisas que duran siete segundos infinitos….. gracias Bunny!!!