Mary nació en Lyme Regis (Dorset, Inglaterra), en 1799. Su padre era un ebanista con pocos ingresos, que completaba su economía vendiendo los fósiles que encontraba en los yacimientos costeros de Lyme Regis. La familia pertenecía a la Iglesia congregacional. Al ser disidentes del anglicanismo, vivieron una cierta discriminación legal y social. Tuvieron diez hijos. Todos, excepto Joseph y Mary, murieron en la infancia. La mayor, llamada también Mary, murió quemada, probablemente al tratar de alimentar el fuego con virutas de madera.
Cuando tenía 15 meses (año 1800), Mary sobrevivió a un rayo que quemó un olmo bajo el que se guarnecía con tres vecinas, que fallecieron en el acto. El médico consideró su supervivencia como un milagro y la gente empezo a tratarla con deferencia. Aprendió a leer y escribir, gracias a la iglesia. Sus lecturas eran, sobre todo, textos religiosos de los disidentes (protestantes no anglicanos). No pudo estudiar más.
Richard Anning murió en 1810 de tuberculosis. Tenía 44 años y su hija Mary, 11. La familia quedó en una situación de grave pobreza. Además de vivir de la caridad de la parroquia, Mary y Joseph tuvieron que dedicarse todos los días a recoger fósiles de los acantilados cercanos (formación geológica denominada Blue Lias). Cuando bajaba la marea, caminaban por el agua fría y entraban debajo de los precipicios, para buscar los fósiles que se soltaban de las rocas. Una actividad dura y peligrosa, porque los acantilados eran inestables, sobre todo en invierno cuando la lluvia ocasionaba corrimientos de tierra.
Comercio de fósiles
A finales del siglo XVIII, el coleccionismo de fósiles empezó a popularizarse entre los intelectuales y las clases altas de Inglaterra, por el interés creciente por la geología y la biología. A la vez, Lyme Regis se empezó a convertir en un sitio de costa muy popular entre los turistas de las clases alta y media.
La familia aprendió a aprovechar ambas circunstancias. Mary y Joseph montaban una mesa con fósiles, en una posada cercana a la parada de la diligencia, para venderlos a los turistas. Mary vendía sobre todo fósiles invertebrados (conchas de ammonites, belemnites…) En 1810 Joseph encontró un cráneo de ictiosauro y Mary, su esqueleto. Pertenecían al período Jurásico (de 210 a 195 millones de antigüedad).
La comunidad científica empezó a interesarse por la familia; sobre todo Thomas Birch, un rico coleccionista, con cuyo apoyo la situación financiera de los Anning mejoró. Henry De la Beche, uno de los principales geólogos británicos, iba con Mary y con Joseph, todavía adolescentes, a recolectar fósiles. William Buckland, profesor de geología en Oxford, frecuentaba Lyme en Navidad para recolectar con Mary, quien también ayudaba a Thomas Hawkins a buscar fósiles de ictiosauro… Poco a poco Mary también se fue haciendo coleccionista, y su fama y reputación empezaron a crecer.
Almacén de fósiles Anning
A los 27 años (1826), consiguió comprar una casa con un gran ventanal de cristal a la calle, que servía de escaparate. Allí abrió el Almacén de fósiles Anning. La prensa local publicó que “la tienda tenía un excelente esqueleto de ictiosauro en exposición“. Por su parte, el médico del rey, Carl Gustav Carus, escribió en su diario: «[…] Es una tienda con las más sorprendentes petrificaciones y restos fósiles: la cabeza de un ictiosauro, bellos ammonites… expuestos tras el cristal».
Geólogos y coleccionistas de Europa y América empezaron a visitar a Mary. Entre otros, el geólogo George William Featherstonhaugh, quien compró en 1827 varios especímenes para el Liceo de Historia Natural de Nueva York. El Rey Federico Augusto II de Sajonia compró en 1844 un esqueleto de ictiosauro para su colección, etc.
“[…] Lo extraordinario de esta joven -escribió en 1824 tras visitarla lady Harriet Silvester, viuda del escribano registrador de Londres- es que se ha familiarizado tanto con la ciencia, que en cuanto encuentra algún hueso ya sabe a qué tribu pertenece. Fija los huesos en un marco con pegamento y luego los dibuja y encarga grabados. […] Es un maravilloso ejemplo que esa pobre muchacha ignorante haya sido tan bendecida. Mediante la lectura y su aplicación, ha llegado a un grado tal de conocimiento, que puede hablar con profesores y otros hombres inteligentes sobre este tema. Y todos ellos reconocen que ella entiende más de esta ciencia que nadie en el reino“.
Descubrimientos
Sus hallazgos fueron muy importantes. Los principales, el primer esqueleto de ictiosauro identificado correctamente, los primeros esqueletos de plesiosauros, el primer esqueleto de pterosaurio hallado fuera de Alemania y algunos fósiles de peces raros. Sus observaciones facilitaron descubrir, por ejemplo, que los fósiles de belemnites contienen sacos de tinta fosilizada y que los coprolitos, conocidos entonces como piedras bezoar, eran heces fosilizadas.
Cuando el geólogo Henry De la Beche dibujó la primera recreación sobre la prehistoria, Duria Antiquior, se basó en los fósiles que Mary había encontrado.
A los 40 años escribió al Magazine of Natural History para rebatir la afirmación de que un fósil del tiburón prehistórico Hybodus representaba un nuevo género. No en vano, ella misma había descubierto años antes la existencia de tiburones fósiles tanto con dientes rectos como con forma de gancho. Desafortunadamente esa carta fue el único escrito que Mary vio publicado en vida.
Mujer y pobre
Años antes de que Charles Darwin publicara El orígen de las especies, Mary ya había ideado una teoría evolucionista parecida, fruto de su continua observación. Pero los científicos de la época no aceptaron que una joven de clase baja pudiera tener los conocimientos que ella mostraba, adquiridos además de manera autodidacta. Las únicas ocupaciones para una mujer de su clase eran los trabajos agrícolas, el servicio doméstico y las incipientes fábricas. Por otra parte, aun si hubiera sido de clase acomodada, las mujeres no podían asistir a la universidad. Y la cada vez más influyente Sociedad Geológica tampoco les permitía asistir a las reuniones, ni como invitadas y ni mucho menos como miembros.
Así que, aunque sabía mucho más sobre fósiles y geología que la mayoría de naturalistas a los que vendía sus hallazgos, solo ellos podían publicar la descripción científica de los especímenes que ella había encontrado y clasificado. La mayoría de las veces no mencionaban su nombre y, tras su muerte, no fue citada.
El hecho de ser mujer, pobre y disidente le impidieron participar -tal como merecía por su talento- en la comunidad científica británica, dominada entonces por caballeros ricos anglicanos, a pesar de que sus descubrimientos fueron fundamentales para el conocimiento científico del siglo XIX sobre la historia de la Tierra y la vida prehistórica. La consideraron una intrusa.
Mary se dolía de esa situación, que no podía cambiar. Una amiga escribió «El mundo la ha utilizado hasta la saciedad. Esos hombres de ciencia han chupado su cerebro, y han sacado un gran partido publicando obras, para las que ella ha elaborado los contenidos, sin recibir nada a cambio».
Final
Mary no se casó. Tras morir su madre, vivió sola. Muy religiosa, en sus últimos años decidió bautizarse en la iglesia anglicana.
Casi toda su vida tuvo problemas económicos. Al final, el gobierno británico le concedió una pequeña pensión, la Lista Civil, en reconocimiento a sus contribuciones a la geología. Esto le dio cierta seguridad económica dentro de un estilo de vida muy austero. Tomaba láudano, para aliviar el dolor por el cáncer de mama que padecía. Y también por eso fue criticada; los rumores decían que “bebía”. Tenía 47 años cuando murió (1847).
Los científicos la borraron de los libros y anotaron como descubridores a los naturalistas que habían comprado sus especímenes. Especímenes que ella, sin ayuda, había recuperado de las rocas y clasificado.
Reconocimientos
Henry de la Beche, ya presidente de la Sociedad Geológica de Londres, escribió un panegírico, dedicado por primera vez a una mujer: “No puedo cerrar la noticia sobre nuestras pérdidas por muerte, sin publicitar la de alguien que aunque no pertenecía a las clases acomodadas de la sociedad y tenía que ganarse su pan de cada día con su trabajo, contribuyó con su talento e incansables investigaciones a nuestro conocimiento de los grandes Enalio-Saurios y otras formas de vida orgánica enterradas en las cercanías de Lyme Regis“.
Charles Dickens publicó un artículo en la revista literaria All the Year Round, donde lamentaba las muchas dificultades que tuvo que superar, sobre todo el escepticismo de sus vecinos de Lyme. «La hija del ebanista -escribió- se ha ganado merecidamente un nombre».
En 2011, la escritora norteamericana Tracy Chevalier publicó Las huellas de la vida, una novela histórica donde recrea la vida de Mary.
Más información en: Mujeres para pensar, Mujeres en la historia, Mujerícolas y aquí.
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