Tenía la radio puesta el otro día y estaban entrevistando a la actual presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, la cual estaba explicando las medidas que quería poner en vigor para fomentar la natalidad en la Comunidad de Madrid. Cuando le dijeron ¡pero si usted no tiene hijos!, ella respondió: -“… Bueno, estas medidas son para ayudar a aquellas mujeres que sí quieren tenerlos”. Entonces pensé, lo que reflexiono cuando la gente  habla de cosas que ellos mismos no practican (aunque en este caso solo es aplicable en parte, porque como política tiene que pensar en todos los ciudadanos de la comunidad), que predicar con el ejemplo ya no se estila.

Aunque la decisión de ser o no madre o padre es una opción totalmente libre, voluntaria y legítima que por supuesto respeto, me enfada que algunas personas se intenten justificar (si  ya nadie tiene por qué justificarse; ejemplos miles) alegando  motivos económicos o  laborales, en mi opinión  peregrinos. “Yo sí querría tenerlos, pero ahora los trabajos están muy mal”,  “no tengo tiempo”, “los alquileres y las viviendas están carísimas como para encima tener hijos”, “un hijo cuesta muchono los tengo porque se necesita mucho dinero“, “los hijos son malos para el planeta”

Las razones para aceptar o rechazar la maternidad son diversas y, a veces, complejas, y por supuesto nadie tiene por qué justificar su decisión, pero  no dejo de pensar en nuestra generación, en la que mucha gente decidió tener un solo hijo (al menos uno) o en la generación de nuestros padres y nuestros abuelos (sin referirme ahora al acceso al control de natalidad) o, sin ir más lejos, en muchas mujeres que han emigrado desde otros países y que, en general, con mucha peor situación económica, siguen teniendo hijos y atraviesan con incertidumbre el mundo para mejorar la situación de su prole. Entonces me digo  -en mi opinión, esto pasa en muchas situaciones, aunque se justifique  con miles de razones perfectamente construidas y argumentadas-  que, en el mundo desarrollado, actualmente se piensa mucho más en uno mismo, en cumplir los  sueños personales y en alcanzar la propia satisfacción, evitando todo lo que suponga compromiso, entrega y dedicación diaria.  Todo aquello que implique esfuerzo, preocupación, gasto en otros y olvidarnos de estar en primer lugar,  literalmente horroriza.  A esto me atrevo a llamarlo egoísmo.

Desde mi punto de vista -dejando de lado que, en mi opinión personal, los hijos ayudan a dar sentido a la vida, cosa que solo entiendes cuando los tienes-, esto plantea un grave problema que se pretende solucionar con las variopintas medidas de fomento de la natalidad: quién y cómo se va a sostener el sistema público del que querremos y necesitaremos beneficiarnos.  Al final, la puñetera verdad es que todos queremos un sistema fuerte, que nos permita vivir lo mejor posible con la mayor calidad y seguridad, cuando seamos mayores.  Y todos, si llegamos a viejos, acabaremos necesitando, desde todos los puntos de vista, que nos ayuden, nos acompañen, nos proporcionen  ciertos cuidados, recibir amor (por eso el éxito del proyecto Adopta un abuelo) y miles de cosas más.  Al final, esto es como todo:  no termino de decidirme o claramente elijo no hacer el esfuerzo económico, físico, emocional… que supone criar un hijo, pero en el futuro quiero beneficiarme de todo lo positivo que aportan.

Cuando somos jóvenes, no necesitamos casi nada (si el azar nos sitúa en una familia con unas mínimas condiciones económicas). Puedes con todo, tienes la fuerza, las ganas y el optimismo de la juventud; quieres comerte el mundo. Tienes tantas cosas por hacer, tantas causas que luchar y tantas cosas por probar y experimentar… que solo vives el día a día. Pero cuando te haces mayor, ¡ay! cuando empiezas a ser anciano, estás enfermo y te encuentras solo, como bien sabemos ya no se tiene el mismo vigor, las fuerzas fallan y tú, si es que decidiste priorizarte, ahora necesitas y añoras la ayuda de otros.

Muchos tenemos un perro u otra mascota -yo misma tengo una perrita, a la que quiero, cuido y protejo todo lo que puedo, y más ahora que se ha quedado ciega y ya es mayor-, pero, en mi opinión, por mucho que amemos a los animales, nunca sustituyen a un hijo (salvo trágicas excepciones), por mucho que nos empeñemos en vestirlo de lagarterana. Ni estos pueden sostener el sistema público de la Seguridad Social, ni aportar lo que necesitamos para mantener el estado de bienestar, salvo que nos inventemos algo del tipo que los animales de compañía coticen, cosa que no me parece del todo descabellado, aunque suene muy fuerte.

Sin por supuesto dar lecciones sobre la libre decisión de cada uno de ser o no padre,  a los que defienden no querer tener hijos simplemente porque los trabajos son inestables y poco remunerados, las viviendas carísimas o no encuentran tiempo… les recuerdo que casi ninguno de nosotros cuando tuvimos a nuestros hijos teníamos mucho dinero, ni una casa en propiedad, ni situaciones estables, ni la vida resuelta…, pero querer es poder; como dicen los británicos “When there´s is a will there´s a way.

Somos libres. El concepto de Libertad se ha convertido en el centro de nuestra vida para justificar que podemos hacer y decidir lo que nos dé la real gana, y que eso es justo (otra palabra manoseada hasta el extremo),  pero hay que empezar de nuevo a plantearse que todos debemos asumir nuestras decisiones y que quienes, por decisión propia, no ha querido las incomodidades, el sacrifico o el  esfuerzo de algo (en cualquier cosa) no debieran de disfrutar de sus beneficios ni de sus ventajas. ¿O es que esto solo aplica cuando se educa a los menores y deja de ser aplicable cuando nos hacemos mayores?  Eso no es de recibo.