Hay una violencia más sutil y más dañina que la física. Es aquella que no te deja pensar, que no te deja sentir, que no te deja quererte. La que te lleva como una corriente impidiéndote asirte a nada.
Recordaba a una joven/niña que solicitaba un relleno de labios que pagaría con el regalo monetario por sus, en principio, preciosos 18 años.
Tal petición me rasgó el corazón de tal manera, que no pude evitar pensar en quién no la había querido lo suficiente, quién no le había prestado suficiente atención, quién no le había hecho sentir que era una gran mujer. O qué extraña maldición le había hecho pensar que sus labios (en este caso y no terminaría aquí) no eran lo suficientemente gruesos, hermosos o deseables.
Era un dolor agudo, intenso, impotente.
Un arrebato de rabia por no poder evitar la angustia, el miedo, el sufrimiento y el vacío de tantas mujeres víctimas de ellas mismas.
Esto lo escribí después de que una amiga que trabajaba en una clínica de cirugía estética como recepcionista, me contara el caso de esta chica. Y me hizo pensar en qué hay debajo de peticiones de este tipo, del auge de la cirugía estética. ¿Es solo para estar bien con nosotras mismas o por el contrario es para hacernos más deseables? ¿Por qué no estamos contentas con nosotras? ¿Por qué siempre tenemos que pensar en gustar exteriormente al sexo contrario?
Ana Esquiroz
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