Teresa nació en Burgos, aproximadamente en 1420. Su familia, de clase alta, era judeoconversa. Su abuelo, Selomo-Ha-Leví, adoptó en 1390 el nombre de Pablo García de Santa María. Fue obispo de Burgos y de Cartagena, y desempeñó un papel importante en las cortes castellanas de Enrique III y Juan II.
En la Edad Media, la educación solo estaba al alcance de la clase alta y se dirigía principalmente al hombre. Tanto si había sido educado en la corte, en su palacio o en algún monasterio, conocía el latín y sabía leer obras vernáculas, clásicas y sagradas. A las mujeres de familias principales y a las que vivían en conventos también se les permitía acceder a la cultura escrita. Pero al haber recibido un tipo de educación más limitada y orientada a un papel social también limitado, escriben con un estilo diferente. La mayoría escribe lírica cortesana, obras epistolares, sermones, hagiografías y autobiografías espirituales de experiencia personal.
La familia de Teresa le facilitó estudiar. Los conversos, en general, eran personas letradas. Probablemente recibió lecciones en algún convento y, según ella misma afirma en el prólogo de su primera obra, también fue -al igual que el resto de la familia- a la Universidad de Salamanca (“los pocos años que yo estudié en el estudio de Salamanca”).
Monja letrada
Era sorda. Esto le produjo soledad, angustia, marginación social y más dificultades de las habituales en una mujer. Cumplidos los veinte tuvo una crisis espiritual que le llevó a ingresar en un convento. “La mano de Dios me hizo señal que callase y cesase las hablas mundanas”. Es posible, aunque no está confirmado, que fuera un convento franciscano o agustino. En general (aunque no siempre fue así), la Orden franciscana acogió con respeto a los judíos conversos.
En 1449 su tío, don Alfonso de Cartagena, escribió al papa Nicolás V, para solicitar que Teresa pudiera pasar del monasterio de Santa Clara de Burgos a un centro cisterciense. Tal vez al monasterio de Santa María la Real de las Huelgas o al convento de Santa Dorotea, los dos relacionados con su familia.
El monasterio le ofrece una convivencia bastante independiente con otras monjas letradas y cultas. Allí empieza a escribir.
Obras
Se conservan los tratados Arboleda de los enfermos y Admiraçión operum Dey. El códice donde se encuentran es un manuscrito formado por 91 hojas, en folio menor y con letra del siglo XV.
Teresa defiende la oración mental, la vida ascética y austera, y la devoción a Cristo. Ensalza las virtudes de la humildad, caridad y paciencia. Afirma que la vida debería estar marcada por la interioridad, la instrospección y los ejercicios espirituales. Para ganarse al lector, usa el tópico de la humildad, la captatio benevolentiae, y pide disculpas por posibles errores.
La Arboleda es un tratado de consuelo para ayudar a las personas enfermas a las que, como a ella, la ciencia no las ayudaba. Daba un valor místico al sufrimiento físico y, para aceptarlo, propone un saneamiento espiritual, cuya imagen es la arboleda como espacio curativo: “Poblaré mi soledat de arboleda graçiosa, so la sombra de la qual pueda descansar mi persona y reçiba mi espíritu ayre de salud”. En esta obra habla de sí misma, de su formación en Salamanca, de su aislamiento por ser sorda…
Le influyen El Tratado de consolación de Enrique de Villena (1430) y los textos autobiográficos escritos por mujeres que proliferaban en Europa.
Y se apoya en la obra de Don Álvaro de Luna Libro de las virtuosas e claras mujeres, en el que, entre otras disertaciones, explica que está bien que las mujeres escriban.
Fimineo
La Arboleda causó asombro. Sus contemporáneos cuestionaron su autoría, por ser mujer y considerarla enferma o minusválida. No se aceptaba que una pobre monja sorda pudiese escribir con autoridad, conocimiento e inteligencia sobre temas religiosos y teológicos. La acusaron de plagio. Como respuesta y a modo de reivindicación, escribió un segundo tratado apologético: el Admiraçión operum Dey (Admiración de las obras de Dios).
Aquí defiende la capacidad intelectual de la mujer para leer, escribir y pensar igual que los hombres. Recurre a la Biblia, al Génesis principalmente, para defender que Dios creó al hombre y a la mujer con diferencias complementarias, y que cada sexo tiene una función relevante en la sociedad. Afirma que a la mujer se le dan mejor las empresas intelectuales que las militares. Deja claro que las diferencias entre hombres y mujeres responden esencialmente a cuestiones sociales, porque ante Dios tienen los mismos méritos y estima: “que asy en las henbras como en los varones puede yspirar e fazer obras de grande admiraçión e magnificençia a loor y goria del santo Nonbre.“
Critica las limitaciones de educación y espacio que tenían desde siempre las mujeres “enrercadas dentro en su casa“. Intenta visibilizar a la mujer como intelectual “(…) porque inhumana cosa nos pareció de sofrir que tantas obras de virtud, y ejemplos de bondad fallados en el linaje de las mujeres fuessen callados, y enterrados en las escuras de la olvidanza“. Y alienta a que escriban, pidiendo a los hombres el reconocimiento merecido de que “aquel poderoso Señor soberano que dio preheminençias al varón… bien las puede dar a la henbra“.
Defensa de la mujer
En Teresa, la escritura, y la creencia y retórica cristianas se convirtieron en el medio para defender a la mujer. Teresa de Cartagena se incorpora así al grupo de escritoras medievales feministas, junto a Hildegard von Bingen, Christine de Pisan y otras.
Su valor está sobre todo en la autoría. Los suyos son de los primeros textos donde aparece la firma de una mujer, incluida además con orgullo.
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