Comentaba hace poco con un amigo, lo carca y mal visto que ahora resulta que se haya trabajado prácticamente toda la vida en la misma empresa. Hoy en día cambiar de empresa, de país, de sector, de actividad, son indicadores de personas flexibles, inquietas, aventureras, adaptables e inteligentes, personas de mente abierta, cracks, en sus propias palabras. A veces pienso que es cambiante porque la gente no quiere comprometerse con nada, pero de eso hablaremos en otra entrada.
Toda esta forma de actuar, tan valorada por los head hunters y los gurús de recursos humanos, quienes nos dan miles de pautas sobre la importancia de estos perfiles, se enmarca en un mundo en constante cambio, ya no diría tanto evolución, sino cambio constante, donde el cambiar se debe de convertir en el eje de la vida. Cambiar de pelo, de comida, de país, de pareja, todo esto es fabuloso, porque nos hace flexibles, dúctiles, abiertos, capaces de entender lo inentendible ….
Pero esto que se pinta ahora tan bonito porque conviene pintarlo así, como siempre ha pasado con las teorías imperantes en cada momento, aunque ahora con mucha más repercusión por las redes sociales, internet, la inmediatez de las noticias, tiene una parte bastante negativa, en mi opinión, como es el hecho de que se impone tanto esta cultura del cambio que las personas no quieren atarse ni comprometerse con nada ni con nadie, Nunca el principio de carpe diem tuvo tanto predicamento.
Nos da horror asumir compromisos de por vida. La simple idea de para siempre provoca tirria y hasta urticaria. Tildamos a las personas que siguen considerando la permanencia y el compromiso como un valor importante casi de casposas.
Todo esto origina que hoy se diga digo y mañana, sin despeinarse, se diga diego. Que la palabra dada, que en otras épocas no lejanas era tan importante, ahora sea un resquicio absurdo y obsoleto, que todo deba ser tan cambiante que incluso haya políticas en los bancos, en los supermercados … para que la gente rote sistemáticamente para que no se apoltronen, no se encariñen de sus clientes, se mantengan en un ni sí ni no ni todo lo contrario.
Pero como ocurre con frecuencia, en el medio suele estar la virtud. A los que están un poco a caballo entre las dos épocas y son criticados por haber estado trabajando toda su vida en la misma empresa y haber sido aparentemente tan acomodaticios, tendrían que contestar que:
Trabajar toda la vida en la misma empresa o no haber cambiado a menudo de trabajo, no significa siempre ser vago, indolente ni haberse tocado las narices. Muy al contrario. Se tenía un profundo cariño y agradecimiento a la empresa en la que se trabajaba y no necesitaban campañas del tipo ¡Vamos a ser fan de nuestra empresa!, para responder a ella porque ya, sin que nadie lo exigiera, se trabajaba día a día con total compromiso y esfuerzo, para hacerlo lo mejor posible.
Trabajar toda la vida en la misma empresa no significaba tener un horario inamovible y que cuando llegara la hora de salir se cayera el bolígrafo o la tecla de la mano y se saliera corriendo hacia casa, como hemos visto reflejado en tantos chistes, muy al contrario, se han hecho jornadas interminables para acabar los trabajos y los proyectos en el tiempo acordado y con las condiciones pactadas, porque cuando se comprometía algo se cumplía el compromiso.
Trabajar en la misma empresa no significaba quedarse obsoleto y no saber nada de todo lo nuevo que salía o se publicaba, muy al contrario la empresa formaba parte de tal manera de la vida de las personas que ya se encargaban de estar al día y de dar las soluciones lo más punteras posibles a todos los temas que se planteaban, haciendo suyo aquel lema de “ si no está bien hecho no está hecho”.
Trabajar en la misma empresa a la postre, daba unos conocimientos y una experiencia, además de un sentido de la lealtad tan profundos que ya quisieran otros para ellos.
Trabajar en la misma empresa también tenía cosas muy positivas y valores ahora demodé. Los que llevamos ya medio siglo en este mundo aprendemos que no todo lo anterior era malo y lo de ahora es bueno, ni todo blanco o negro.
Solo las personas inteligentes y lúcidas tienen la capacidad de aunar lo mejor de lo anterior con lo mejor de lo nuevo, sin estridencias ni revoluciones, con perfectos engranajes. Solo los verdaderos líderes saben conservar y sacar lo mejor de ambos mundos, manteniendo lo que funciona bien y cambiando lo que hay que cambiar, solo esas personas. Pero, a lo mejor o a lo peor, de esos no hay tantos como parece.
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