¡Cómo me gustan los ratos con mis amigas!

¡Cómo me gusta contarles cosas y hacerles reír! Me he dado cuenta de que el barniz de la risa lo suaviza todo y ayuda a  digerir la vida de otra manera. Por eso muchas veces la provoco. Tengo un método infalible.

En las ocasiones en que el tema son los hombres, traigo a colación una expresión que escuché a la abuela de una amiga. “¡Ay, esos añicos de viudicas que nos da el Señor!

La reacción es siempre una carcajada unánime. ¿Por qué  será?, me pregunto a menudo.

A priori, es un comentario ciertamente malvado y casi escandaloso. ¿Desear la viudedad? Es decir, ¿la muerte de tu marido? Fuerte, ¿no?

Pero no, no suena así.  Los diminutivos aportan una candidez y una visión casi amable de ese estado. Y la intervención  divina en ese regalo lo dota de las bendiciones necesarias para no ser algo pecaminoso. Todo lo contrario, casi una gratificación por el hecho de ser esposa. Un regalo al final de la vida para compensar tantos…

Así, está expresión tan inocente, pero tan llena de significado existencial provoca en todas nosotras una risa fraternal. Creo que  a todas  se nos abre nuestra propia caja de Pandora, la de los lugares comunes donde albergamos los silencios y paciencias de nuestras vidas y, sin desear el mal a nadie (y menos a nuestros benditos maridos, con los que hemos tenido una gran suerte), entendemos a esas mujeres que  generacionalmente  nos han precedido.

Ana Esquiroz