Hace mucho tiempo, más de un año, que ninguna de las tres hemos podido escribir nuestras reflexiones en este blog. Durante estos dos años de pandemia, nos han pasado muchas cosas, algunas muy dolorosas, que han cambiado nuestras vidas; no hemos tenido fuerzas ni tiempo para ponernos a ello, aunque  lo hemos echado mucho de menos y confío en que en breve volvamos a estar otra vez con todas y también con todos nuestros amigos.

Hoy, de repente, a las diez de la noche, y aunque he estado todo el día trabajando pegada al ordenador, he sentido la necesidad de hacerlo, de escribir, aquí sola, desde el confinamiento de mi habitación, por estar contagiada de la variante Omicrom. He terminado de cenar y desde mi pequeña soledad, sentada sobre la cama, con el ordenador sobre un cojín, me ha venido a la mente una peli francesa que he visto hace unos días:  la escena en que el protagonista, un señor burgués brillante y exitoso empleado de un banco, cuando le echa su mujer de casa por un malentendido y se traslada a una de las habitaciones de arriba donde viven las criadas, (hasta entonces un pequeño y desordenado trastero), afirma que nunca había sido tan feliz porque no recordaba  haber tenido nunca una habitación para él solo.

En estos momentos, me siento un poco así. Mi marido se ha ido a dormir a una de las habitaciones de mis hijos para no contagiarse, y yo me he quedado en mi cuarto, que tiene baño incorporado. Esta mañana, wasapeando con un amigo que está también confinado en su casa, le he comentado: “Fíjate lo moderada y disciplinada que soy, o lo hecha que estoy a mi dinámica de tantos años, que teniendo toda la cama de 150 para mí sola, sigo durmiendo en mi ladito. Y el lado de mi marido sigue impoluto a la mañana siguiente, cosa que no observo en él, quien, literalmente y sin exagerar, ocupa toda la cama a la que se ha trasladado, y se desparrama y expande por toda ella” (él siempre ha tenido habitación y baño individual).  Este amigo me ha respondido: “Nosotros igual, estamos durmiendo separados,  y -no te creas- le estoy cogiendo el gustillo. Y yo le he respondo con uno de esos dichos que decía mi abuela: Claro, te entiendo perfectamente “el buey suelto bien se lame”.

Me está causando cierto morbo e ilusión tener, como decía ese burgués francés, mi habitación y mi baño para mí sola, tanto que incluso fantaseo sobre qué puedo hacer dentro de mi habitación que no haya hecho nunca, porque nunca estoy  sola en ella el tiempo suficiente.  Y es que no se trata únicamente de estar sola… es que ahora nadie abre la puerta, como suele ocurrir a menudo, porque temen contagiarse, por lo cual, ante un acto inusual en mí, tipo imaginaros, ver una peli porno o utilizar un vibrador, nadie se enteraría,  porque nadie entra (únicamente me llaman por facetime).  Esto me hace regodearme y plantearme ¿es real eso de que es precioso dormir acompañado o, como decía aquel, una vez realizados aquello actos en común que se precien, lo ideal sería que cada uno tuviéramos una habitación y sobre todo un baño y no enzarzarme en si “no se fuma en el baño o no pongas el secador a todas horas…” Pero claro, ni las casas tienen 5 baños ni los que tenemos hijos y varios, nos podemos plantear tener cada uno un baño y una habitación, además de que mi suegra siempre recalca que cuando se deja de dormir con tu marido o con tu mujer o con tu pareja, la relación tiene muchas papeletas para acabarse.  Pero ¡qué iban a decir las mujeres educadas hace 80 años!

Me doy cuenta de que, como el señor francés, no he tenido nunca una habitación para mí sola. He pasado de dormir durante la infancia con mi hermana a dormir con mi marido y cuando mis hijos eran pequeños, si me descuidaba, también con ellos en la cama. ¡Con lo bien que se está sola!

Me estoy dando miedo de mí misma, a ver si, de repente, aunque acabe mi confinamiento, me parapeto en mi habitación y no dejo que entre nadie más. Ilusiones del pobre señor, señora en este caso.  Seguro que, con la moderación que ha caracterizado a los baby boomer, generación a la que pertenezco (ya se sabe que al final vamos a soportar casi todo), acabaré aguantándome y dejando que vuelvan a colonizar el espacio que, con justicia, me pertenece y merezco.