Las madres son sabias, aunque no siempre queramos o nos guste reconocerlo. Mi madre siempre ha mantenido que aquellas parejas que se mantienen y que viven toda una vida feliz suelen ser aquellas que se conocieron, se enamoraron y, sobre todo, quienes tienen objetivos conjuntos y han evolucionado en la misma dirección. En una frase: tienen un proyecto de vida en común.

Pues bien, parece que eso de la pareja perfecta es otro de los tantos mitos a los que estamos acostumbrados y que el amor dura, no porque hayamos encontrado la pareja ideal, sino por otra serie de razones que intentaremos desgranar en esta entrada. Hay mucha gente interesada en conocer por qué hay parejas que duran toda la vida, mientras que otras, que parecían compatibilísimas, duran, como diría aquel, un telediario.

Hace tiempo bromeábamos una amiga y yo hablando de nuestros hijos.  Ella me decía entre risas que, tal vez, los matrimonios concertados de épocas anteriores no eran tan descabellados, porque muchos de esos matrimonios de conveniencia habían durado toda la vida y actualmente tanta posibilidad y libertad de elección origina a veces que al final no se elija la pareja adecuada y, como consecuencia, un montón de parejas rotas.

Evidentemente era una broma y una exageración, pero sirve para introducir el que parece ser el quid de la cuestión para una vida en pareja, larga, satisfactoria y razonablemente feliz. Cada uno de nosotros tenemos la capacidad y el derecho de elegir a aquella persona con la que queremos compartir nuestra vida, si es que queremos compartirla. Hay gente que prefiere vivir sola y compartir, en todo caso, momentos concretos, postura absolutamente respetable, aunque no coincida con la mía.

Parece que la media naranja es un invento y que, cuando acaba el famoso período del amor romántico y llega el momento del posromanticismo o de la lucidez -cosa que en toda pareja, por mucho que nos empeñemos, ocurre-, nos damos cuenta de la realidad de la otra persona.  Muchas, muchísimas uniones se rompen, porque la realidad, vista de un modo más objetivo y neutro, nos hace ver que mucho de lo que nos parecía perfecto o seductor, cuando estábamos en esa nube fabulosa del inicio de la relación, se muestra ante nosotros con toda su realidad e incluso su crudeza. No olvidemos que nadie somos perfectos, nuestra pareja tampoco,   y que estamos en constante evolución, por lo que difícilmente podemos estar continuamente satisfechos.

Solo con el amor no es suficiente para convivir.  Eso lo sabemos de sobra. Todos somos conscientes de lo difícil que es la convivencia con los demás;  con nuestros padres, hermanos, amigos…, a los que podemos querer mucho, pero con los que nos resulta difícil o imposible vivir.

Lo que se necesitamos, según los psicólogos, son habilidades de convivencia, que parecen estar relacionadas con saber resolver problemas, conocernos y entendernos sobre la base de una buena comunicación y saber negociar. Estos son los tres pilares fundamentales sobre los que se asienta la satisfacción en la pareja a largo plazo. “The Secrets of Enduring Love: How to Make Relationships Last”, es un estudio sobre lo que hace que las relaciones funcionen a largo plazo: y este concluye, después de analizar muchas parejas, que es  la capacidad de comunicación y  resolución de conflictos.

Cuando somos jóvenes estamos imbuidos de un intenso amor romántico, que pretende durar para siempre. El problema aparece cuando se llega a la madurez, con esa misma idea en la cabeza. Todos conocemos a unos cuantos que, por su afán de mantenerse eternamente jóvenes, no saben ver la verdadera dimensión del amor. El artículo dice que a lo largo de la vida en pareja “El amor sentido tiene que dar lugar al amor pensado” porque la realidad siempre acaba estando por encima de lo que tenemos idealizado, inmadura e inocentemente idealizado.

Hace poco le comentaba a un amigo que en mi opinión,  nunca da en el clavo con sus relaciones; que él, en realidad, de lo que estaba era enamorado del propio amor y que, con esa idea, en cuanto dejaba de sentir esas famosas mariposas en el estómago y ese caer rendido e admiración por la otra, la relación se iba al garete.

En cambio, otro amigo me contó lo que les puede ocurrir a algunos inconscientes.   Buscando ese ideal del amor, un compañero suyo había dejado a su esposa y se había ido con una chica 25 años más joven.  Él, que tenía hijos mayores, acababa de tener un hijo con su nueva pareja y  estaba desquiciado, sin dormir y volviendo a pasar con una edad avanzada por  los avatares y sacrificios que supone tener un bebé, desde acostarse a las tantas, hasta estar atado.  Según lo estaba viviendo, claramente se había equivocado.  Ahora sufría las consecuencias de su error, porque la nueva  realidad, que a él no le gustaba, se le mostraba en toda su crudeza.

Al final solo tenemos que observar a las parejas que llevan mucho tiempo juntas. Siempre me ha parecido que muchas acaban pareciéndose, igual que nos acabamos pareciendo a nuestro perro o nuestro perro a nosotros; si no, recordad una de las escenas iniciales de 101 Dalmatas.  Los investigadores afirman que en las relaciones largas nos identificamos cada vez más con el otro y compartimos sus sentimientos, lo que hace que inconscientemente, acabemos copiando sus gestos y actitudes.  Esto moldea nuestro rostro, nuestra imagen,  con el tiempo.

Así que, demos paso al amor pensado. Al menos en esto utilicemos la mente y la razón, porque en muchas otras cosas cada vez se utiliza menos. ¡Oh lá lá!