Mientras escuchaba la radio esta mañana, han retrasmitido el testimonio de una mujer, de mediana edad, que llevaba más de seis años buscando trabajo. En ese mismo programa, hace unos meses contó, de viva voz, lo desahuciada e invisible que se sentía para la sociedad, que las empresas no la llamaban, ni la tenían en cuenta para ningún trabajo. Se sentía excluida, y un simple y anónimo número en las listas del montón de personas que buscan trabajo y les resulta imposible encontrarlo.

 

Hoy llamaba para expresar su alegría, porque, a raíz de aparecer en las ondas contando su testimonio, le habían llamado de varias empresas para participar en procesos de selección y afortundamente ya estaba trabajando. Se sentía una mujer nueva y con futuro, y daba las gracias al programa, porque sin ellos -afirmó- esto no hubiera sido posible. La realidad es que, en muchos casos esto es así. 

 

Aparte de alegrarme mucho, porque esta mujer, tras seis años de búsqueda, por fin haya encontrado trabajo, la anécdota me ha hecho recapacitar sobre una realidad aplicable a otras muchas situaciones. Y es la necesidad de dar pena e intentar que se sienta compasión y empatía por su situación, para así, por un sentimiento de culpabilidad, generosidad o por una mezcla de ambos, alguien se decida a hacer algo para cambiar esa situación, que es de todo punto inadmisible.

 

A pesar de ser conscientes de que existe una gran cantidad de personas de mediana edad que, por unas u otras circunstancias, están buscando trabajo o un trabajo acorde con su formación y experiencia, no queremos verlo ni implicarnos en nada para solucionarlo.

 

La sociedad está tirando a la basura el dinero de todos y el potencial de sus ciudadanos, que es como decir el futuro. Después de haber invertido mucho tiempo y esfuerzo, tanto la propia sociedad como ellas mismas, en su formación y estando en plenitud de capacidades intelectuales y físicas, incluso en muchos casos con una mayor flexibilidad horaria y salarial (aunque eso no implique que por ello estén dispuestas a soportar situaciones de explotación), tienen que generar “pena”, para que compañías y empresarios abran su mente y les den inteligentemente la oportunidad que merecen y que supondrá un beneficio para todos.

 

Nos quedamos perplejas ante el hecho de que en España se entienda que una persona senior es la que tiene entre 5 o 10 años de experiencia y que después de esa horquilla ya parece que no haya nada, solo el desahucio. Y si eres mujer, peor. Es entonces cuando, ya en la desesperación, hay que visibilizarse e ir llorando, para que a alguien se le ablande el corazón y dé una oportunidad.

 

Este sistema lo ha soportado, lo soporta y lo seguirá soportando la clase media y las familias. Pero esas personas, que aparentemente parece que sobran, son las que sirven de engranaje y de nexo de unión, y saben solucionar problemas, porque ya están curtidas en la batalla, se han enfrentado a situaciones iguales o parecidas en otras ocasiones y tienen la capacidad de saber enfocar las cosas.