Greta Thunberg, en la cumbre de la ONU sobre el cambio climático pronunció, entre sollozos, una frase que se ha comentado mucho: “Han robado mis sueños y mi niñez con sus palabras huecas”.

La mayor parte de las personas se ha centrado en la primera parte de la frase, y en la rabia y, según muchos, la acritud que mostró durante toda su intervención siendo tan joven. Después, a mi entender, y de una manera casi infame, pero con esa típica explicación buenista que repatea, por lo menos a mí, han achacado e intentado explicarlo por el síndrome de Aspergen que tiene diagnosticado. Pero todos sabemos que estaba diciendo verdades como puños, palabras transvasables a tantos ámbitos que casi no nos quedarían ámbitos que excluir. Vamos a intentar centrarnos en “con sus palabras huecas”.  Ahí está no solo en este caso, sino en la mayoría, el quid de la cuestión.

En mi opinión estamos rodeados de actitudes, discursos, presentaciones, explicaciones, proclamas…, vacías de contenido. Palabras que se pronuncian con una pompa, seguridad y un fantasmeo que casi da vergüenza, porque en realidad no dicen nada.  En palabras de Greta:  huecas…, huecas hasta extremos insospechados.  No dicen nada, porque realmente las personas que las pronuncian no tienen nada que decir, ni muchas veces la capacidad ni la inteligencia para decirlo y además es que realmente no se quiere decir nada. O quizá lo que pretenden es mentir.  Estamos en el famoso:” ni sí, ni no, ni todo lo contrario.

Cada vez hay más gente que estudia marketing (mercadotecnia), exclusivamente marketing o marketing con alguna otra disciplina y, aunque marketing significa varias cosas, al final supone usar técnicas que nos permitan vender mejor algo.    Todo se vende y se compra. Y eso es normal, siempre que lo que nos estén vendiendo tenga ya no todo sino ciertos visos de realidad y de veracidad. Que no sea humo, nubes…, nada.

El vender todo y nada se ha elevado casi a la categoría de ciencia. Precisamente ayer me hizo gracia en una serie de televisión ambientada en el siglo XIX: “Acacias 38” cuando uno de los personajes, el portero de una de las fincas del señorial barrio, decía que iba a montar un negocio de vender consejos y lo hacía mediante papelitos que introducía en su gorra. Y la verdad es que, en este caso, los consejos estaban basados en su experiencia como pastor durante muchos años, observando a sus ovejas. Y tenían bastante sentido. Actualmente, a menudo ni siquiera se quiere eso, casi se huye de ello. No se quiere experiencia, todo lo contrario. Y si no, que se lo digan a las personas que superan los 50 años. No sea que una persona con experiencia se vaya, no ya a dar cuenta de la tontería y vacuidad que se está diciendo, sino que además tenga el arrojo, los santos h u o…., de decirlo a la cara.

Si ya lo dijo mi padre hace poco, con 90 años, tras observar a todos los que estaban alrededor de la mesa en una comida familiar. “Como se nota que, llamémosle Juan, es el más inteligente.  Casi no ha abierto la boca en toda la comida, solo de vez en cuando, en el momento adecuado, para decir algo bien fundamentado.  Pero el resto, los demás, no hacen más que hablar y hablar, para no decir nada o decir verdaderas tonterías”.

Se deja de lado lo realmente esencial para centrarse en lo superfluo

Esto me sirve para reflexionar sobre el hecho de que, a sabiendas, e incluso diría con premeditación y alevosía, se deja de lado lo realmente esencial para centrarse en lo superfluo, haciendo de esto último, que seguramente da mucha más brillantez y apariencia, una cuestión casi de estado, como diría aquel. Y el gran problema de todo esto es que alguien tienen que hacer lo esencial, porque si nadie se ocupa de esas cosas que hacen que todo funcione a todos los niveles  -pero que, en general, son tediosas, poco lucidas y agotadoras-   todo se desplomaría y nada mejoraría. Y ahí, suelen estar las mujeres. Para salvar, entre comillas, la situación.  El comodín perfecto. El apoyo perfecto. Son las que, aunque no se quiera reconocer, están en la base de casi todo, arrimando el hombro para que todo siga funcionando y se haga lo que hay que hacer.  Que no se hable y hable, para no hacer ni decir nada.

Aunque llega un momento en que muchas de esas mujeres se acaban hartando y comprenden que, si no empiezan a airear lo superfluo vendiéndose subliminalmente ellas, que es muchas veces el objetivo, van a lograr mucho menos, y a seguir cansadas y agotadas con poca o ninguna recompensa.  Algunas empiezan a intentarlo, pero no pasa nada, porque hay otras muchas que siguen encargándose de lo esencial, de resolver en segundo plano lo necesario y de “hacer”, en lugar de “decir que hacen”.

Todos nos damos cuenta de que, si todo ese trabajo esencial, esa realidad dejara de hacerse  muchas cosas se vendrían abajo. En el fondo sabemos, como dijo alguien que conozco muy bien “Para que vosotros viváis en la cloud, nosotras tenemos que vivir en el floor, ítem más, under de floor”. ¿No deberíamos entonces de una puñe… vez volver a recolocar lo esencial y lo superfluo, en el lugar que realmente les corresponde y no intentar buscar siempre explicaciones kafkianas para justificar y explicar lo injustificable?