Una mujer mayor y sabia le afeó al marido de su hermana poco antes de que esta muriera: – “ahora L … no es el momento. Ahora que tu mujer es tan mayor y está enferma no es el momento de enfrentarte a ella y decirle tus cuatro verdades, que esto es rojo y no azul (como así era), cuando te has pasado la vida dándole la razón”, aunque era evidente para todos que no siempre la tenía. –“Si en su momento no lo hiciste, no pretendas hacerlo ahora. –“Ahora ya no es el momento de sentirte fuerte, ni de imponerte. – “Has tenido toda una vida para hacerlo y no lo has hecho.  El momento ha pasado”.  Solo se sintió fuerte para “enfrentarse” cuando la otra persona ya no le podía replicar.

Esa manera de llevarle la corriente a su mujer y aliarse con ella, contra viento y marea, en toda ocasión y en todo momento, aunque la realidad, a veces, demostrara lo contrario, fue sobre todo por amor, pero gran parte de esta actitud se debió también a la cobardía.

Decirle a cualquiera, pero sobre todo a aquellos a quienes queremos, como nuestra pareja, que algo no nos parece bien, que no estamos de acuerdo con un determinado comportamiento, pensamiento o punto e vista. Afearle, de manera cariñosa y con tacto, las cosas, o mantenernos en nuestra postura, es tan importante como la generosidad, la entrega y la renuncia. Para nada significa que quieras menos a esa persona. Al revés, al final, eso nos enseña, como enseñamos y reprendemos a nuestros hijos, a saber, que no somos el ombligo del mundo, que no poseemos la verdad absoluta, que no siempre tenemos la razón. Mostrar sobre todo a aquellos a los que queremos que, en nuestra opinión no están actuando bien o que podrían hacerlo de la otra manera o intentar modular comportamientos excesivamente agresivos o maleducados, es el verdadero acto de amor. Para mí, dar la razón por sistema a tu pareja probablemente nos hace vivir más tranquilos, es más cómodo. Pero es que el esfuerzo forma parte de todo y evidentemente también de nuestras relaciones personales.

Dar la razón sistemáticamente a alguien, aunque sepamos ciertamente que no la tiene, sobre todo a aquellos, más dominantes, genera seres endiosados que acaban pensando que siempre son los demás quienes están equivocados. Seres incapaces de aceptar la más mínima crítica y, a la larga, y en un extremo casi psicópatas incapaces de reflexionar sobre su actitud porque se creen infalibles y lo que es peor, que la infalibilidad les da carta blanca hacer cualquier cosa ya no solo en su ámbito personal o familiar, sino que esa actitud acaba permeando el modo de comportarse de esas personas en todos los ámbitos.

Lo peor de todo esto, es que suele ser la persona que tiene una actitud más moderada, educada, la más conciliadora, la que tiene una actitud más acertada, en general frente a todo. Aquella que es menos dominante y está más dispuesta a escuchar, aunque evidentemente defienda sus opiniones y tenga su genio y su carácter, la que, cuando convive con otra que es mucho más egocéntrica, acaba siendo abducida por la primera. Será por eso que dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma condición”.

Siempre que observo esto en las parejas, me pregunto porque será en muchas ocasiones que el peor, entre comillas, acaba pudiendo sobre el mejor, también entre comillas, y aunque en un principio pensaba que podía deberse a una renuncia por amor que impedía ver la realidad de las cosas, he llegado a la conclusión que no es exactamente por eso. En mi modesta opinión eso suele ocurrir cuando la otra persona es especialmente cobarde.

Una cierta cobardía nos hace mantenernos alertas, no asumir riesgos excesivamente altos, no inmolarnos, es consecuencia del espíritu de supervivencia que tenemos todos, pero cuando esa cobardía va más allá, se convierte en un problema.

Esa cobardía no solo de la pareja sino incluso de los que están alrededor de la persona a decirle que esto no es blanco sino negro, acaba originando que el ególatra se convierta en alguien todavía más insoportable.

Consecuencias de esa especie de mimetización, la persona agradable a veces se convierte en desagradable, donde había una persona educada, acabas viendo actitudes maleducadas, donde había una persona capaz de saber que se ha equivocada, acabas viendo una persona que se cree infalible y donde había una persona abierta a escuchar te encuentras con un muro que ni siquiera quiere que los otros empiecen a hablar. Ahora ya no tenemos una sino dos personas parecidas, pero a peor.

Entre la cobardía y la inmolación, hay un punto medio como en todo, donde está el equilibrio. Si la cobardía es la base sobre la que se sustenta nuestra relación y, en general nuestra vida, no lograremos relaciones bien cimentadas y perderemos una facultad tan importante como es el discernimiento. Como repetimos tantas veces en este blog, el miedo, el miedo a no ser aceptados, a expresar nuestras ideas, a ser como somos, a cambiar, a expresar con naturalidad aquello con lo que no estamos de acuerdo, a no ser políticamente correctos… crea personas y sociedades manejables, manipulables, no libres.  Todo lo que los demás o nosotros mismos podemos manejar a nuestro antojo solo nos llevará y llevará al abismo.