Tanto la empresa como los trabajadores nos llenamos la boca constantemente con conceptos tales como ética, responsabilidad en el negocio, honestidad, integridad, transparencia, honradez… Exigimos a las empresas y a los demás un comportamiento que respete y siga esos valores,  sin no siempre darnos cuenta de que todos, empezando por cada uno de nosotros, tenemos la obligación de actuar bajo esos principios y en todas las circunstancias. Solo así podremos hablar de negocio responsable. Y de vida responsable.

 

Los trabajadores hemos de actuar con ética, honestidad e integridad; principios  aplicables también a nuestra vida privada. Y la empresa debe velar para que estos se cumplan, dar ejemplo con su actuación y tomar medidas efectivas cuando se transgredan. De otra manera, protegeremos al verdugo y estaremos desamparando a la víctima.

 

Unas veces por acción, otras por omisión, y las demás por interés, comodidad o cobardía, dejamos que sigan campando y medrando en las empresas personas que -con pocos o ningunos escrúpulos ni principios- hacen la vida imposible a otros compañeros, que -frecuentemente mucho más capacitados, preparados y sobre todo mejores personas- tienen la desgracia de caer en su ámbito de actuación o relación. Las personas de poca ética consiguen con frecuencia solucionar y resolver los temas a los de arriba, a los jefes que los pueden promocionar. ¿Cómo?  Por la vía que sea: utilizando el trabajo y el talento de otros, exprimiendo mas allá de lo que el horario o la ética aconsejan… Así, con la careta de eficaces y resolutivos, siguen perpetuándose, manteniéndose y progresando en las organizaciones, a pesar de que son lacras para las empresas. 

 

Recuerdo el discurso del Rector de una prestigiosa Universidad, durante la ceremonia de graduación de sus alumnos, cuando afirmó: “Ahora que se os abre el mundo empresarial tenéis que comprometeros y ser escrupulosos y firmes en vuestro comportamiento ético. Si alguna vez las empresas donde vais a trabajar os piden directa o indirectamente que actuéis con falta de ética y honradez…, por mucho que os paguen, por mucho futuro que aparentemente se os pueda abrir, decid No. Negaos y, si es necesario, dimitid y cambiad de trabajo. Cueste lo que cueste”.

 

Actuar o por lo menos intentar actuar de forma ética en todos los frentes de nuestro día es fundamental para “cambiar las cosas”. Eso de lo que somos todos responsables (no solo los políticos). A veces nos equivocaremos y otras, casi sin darnos cuenta, nos dejaremos contagiar de los no honrados. Pero en cuanto seamos conscientes de que no estamos actuando correctamente, nuestra obligación es cambiar nuestra conducta. Y tan responsables somos cuando obramos mal nosotros mismos, como cuando dejamos que los otros lo hagan, mirando para otro lado. Los empresarios y jefes que permiten conductas poco honestas o que las pasan por alto sin tomar medidas son tan cómplices y coautores, y tienen la misma responsabilidad que aquel que se comporta sin ética.

Las personas tóxicas, manipuladoras, aprovechadas… convierten la vida laboral, y a veces toda la vida, de los empleados y compañeros que los sufren en un infierno carente de sentido.  A Dios gracias, a menudo  acaba volviéndose en contra suya. Las personas que actúan o permiten esas conductas no son apreciadas ni queridas. Pueden ser temidas o envidiadas en el mal sentido, pero nunca admiradas. Son los antimodelo.

 

Respetar y ayudar a los demás nos habilita y otorga fuerza moral para exigir respeto y esperar ayuda. Vivir siguiendo una ética y unos principios es la mejor forma de enseñar qué somos y cómo trabajamos. ¡Dejémonos pues de esnobismos y palabras vacías, y seamos, también en la oficina, coherentes! Demos un ejemplo positivo. Nos irá mejor. Estoy segura.