Vivimos una furia desatada por apoyar (aparentemente) a las mujeres. Todas las organizaciones y empresas  que se precien se jactan de haber establecido políticas, áreas, acciones, grupos… dedicados a apoyar a la mujer, para todo: Para asegurar la igualdad, para llevarlas a la dirección, para que se interesen y estudien STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas), para integrarlas en los consejos de administración, para reducir la brecha salarial, para que pueda conciliar maternidad y trabajo…

Muchas de nosotras, que llevamos años reivindicando, trabajando o poniendo sobre la mesa la importancia de poner a las mujeres en el lugar que realmente les corresponde por sus méritos, su esfuerzo y su talento, y explicando que es posible  hacer las cosas  de una manera diferente y seguramente más efectiva, nos estamos empezando a horrorizar al ver cómo con esto, como con muchas otras cosas, se está apuntando al carro mucha gente a la que el tema le interesa bien poco; más por todo el beneficio económico, el lavado de cara y la buena imagen que se obtiene…, que porque realmente crea en ello.

Al final, cada entidad pugna por proclamarse la más igualitaria y la que más hace por apoyar a la mujer, iniciando incluso programas desde niñas, con el fin de sepan lo mucho que valen, que pueden hacer lo que se propongan, que basta ya de desigualdad de oportunidades. No quiero ser mal pensada, pero, aparte de que esté de moda, algunos de los hombres que apoyan estas políticas han empezado a tener una posición más activa y concienciada al tener hijas.

Hemos pasado de no contratar e incluso despedir a mujeres porque estaban en edad fértil o se tomaban su baja maternal, a aplaudir a los hombres que están cogiéndose la baja paternal que les corresponde, aunque sean consejeros delegados o directores generales, y a ponerlos públicamente como ejemplo de igualdad. Y aunque esto me parece más que estupendo, no dejo de pensar que, en la mayoría de casos,… ¡hay que ver lo poco que les cuesta a ellos y lo bien que quedan siempre…, y lo mucho que nos cuesta a nosotras!

Otro pequeño ejemplo: Se ha abierto antes el debate acerca del matrimonio de los sacerdotes, que el de que las mujeres puedan ejercer el sacerdocio, cuando -es de todos conocido- las mujeres llevan siglos trabajando y cuidando de la Iglesia y de sus ministros, desde el papel que nos han dejado. ¿Os suena?

Bienvenido sea todo lo que suponga apoyar con justicia y ecuanimidad a la mujer y a cualquier colectivo que lo necesite. Que -por favor- todo no nos cueste un triunfo, ni una vida de lucha. Pero que se haga de tal manera que trabajemos para que se consiga ese objetivo, independientemente de quién se lleve la medalla.

¿No podríamos por una vez ser todos más generosos y menos individualistas, pensar en los demás, o mejor en las demás, antes que en nosotros mismos y en la medalla/reconocimiento… que podríamos conseguir, como si de nuestras hijas se tratara?