Unas investigaciones recientes dirigidas por la psicóloga de la Universidad de Stanford Laura Cartensen han concluido, que a partir de los 50 años, se produce una nueva estabilidad en la persona, que se traduce con frecuencia en un incremento de la productividad. No hace falta que venga a decirlo la Universidad de Stanford. Basta con observar a las personas de esa edad que nos rodean, incluidas nosotras y vosotras, para darnos cuenta de que nuestra productividad, nuestra energía y nuestra capacidad están más enfocadas y mejor que nunca. Claro que, si nos lo dice la prestigiosa Stanford,  mejor que mejor. Nos lo creemos más.

El artículo explicaba que, en el caso de los hombres, en ocasiones esa madurez tarda más en alcanzarse. Intentan dar una vuelta hacia atrás que a veces, como leemos en el papel cuché, les origina no un retorno a Brideshead, sino a un sucedáneo de juventud perdida, descolocando su vida para ir en pos del sueño de un dorado, es decir, de parejas jóvenes que les hagan sentir que todavía tienen poco más de 20 años. Hasta que se vuelven a aposentar y serenar, esa madurez se ralentiza.

Ironías aparte, automáticamente empezamos a razonar que, si a partir de los 50 a menudo se produce un incremento de la productividad, cómo es posible que sea precisamente a esa edad cuando las empresas empiezan a prescindir de sus trabajadores. Y si de quien tienen que prescindir es de sus trabajadoras lamentablemente ponen aún mayor énfasis.

Y también lamentablemente acabamos concluyendo lo mismo: No es una cuestión de productividad, ni de que esas personas se hayan apalancado en su puesto o vayan a cumplir un mero trámite horario, aunque reconozcamos que haberlas haylas, sino porque a esas edades la gente razona más y mejor, tiene la experiencia necesaria para opinar, criticar y defender sus posturas con mayor conocimiento de causa, no son tan fácilmente manejables y sus salarios en general son más altos, como es lógico. A esa edad, si todo ha ido como debería, ya llevan casi 30 años trabajando, aprendiendo y adquiriendo experiencia.

Hay todavía un tema más preocupante que el hecho de que se prescinda de los trabajadores de 50, con toda la lucidez y los conocimientos acumulados a lo largo de media vida. Entre los que continúan a esas edades trabajando, se da a veces una especie de acoso y derribo, normalmente manifestado de forma subliminal y no abierta, que origina que la vida de esas personas se convierta en una especie de guerra.  Para ellas ir a trabajar no implica solo tengo que hacer esto, lo otro, lo de más allá…, vence este plazo, tengo esa reunión, he de entregar tal documento…, sino hoy voy a tener que pegarme con este, batirme el cobre con el otro, defenderme de aquel que se dedica a empujar, a ver cómo le explico a mi jefe sin que se enfade ni tenga consecuencias negativas que como no me ha llevado a tal reunión… Una especie de preparación para una nada deseable batalla diaria.

¿Cómo consiguen generar esa situación tan incómoda? Con métodos muy variados y antiguos: Poniendo a más responsables o jefes por arriba, no tan sobradamente preparados ni con tanto mérito como se quiere vender; dando nuevas tareas añadidas, sin gratificación alguna; sustituyendo las que tenía por otras no siempre igual de interesantes, con la justificación de que esa decisión se ha tomado para que se enfrente a actividades nuevas, cuando, en realidad, le están quitando lo más visible o lo que le gustaba más; no convocándoles a ciertas reuniones donde claramente deberían estar… Todo ello vendido y envuelto con lazos y papeles de colores, para hacer creer que son promociones o el camino para futuras promociones, ayuda para descargar trabajo, nuevos retos, etc., etc., etc.

Las amistades peligrosas reflejan un tipo de movimientos, astucias e intrigas similares a lo que ocurre en muchos grupos de trabajo, en la empresa. Ese tipo de comportamientos se da con especial énfasis cuando se trata de mover a mujeres. A veces parece que está implícito en su sexo tolerarlo todo, y si además llevan mil años haciendo su trabajo, no solo de forma honrosa y profesional, sino con excepcional competencia, en muchos casos todavía es peor. Las nuevas circunstancias exigen una nueva organización, un nuevo líder, una nueva forma de trabajo…, que todos saben que no es tal, pero que sirve para vender como justicia lo que es una flagrante injusticia.

No solo detrás de un gran hombre hay una gran mujer, sino que detrás de un hombre, grande, pequeño o mediano, la mayor parte de las veces hay una o varias mujeres que, desde la sombra y con eficacia, van haciendo la mayor parte del trabajo, solucionando los errores y entuertos, como diría Don Quijote, que se van cometiendo y, si por la razón que fuere las cosas van mal, poniéndose en situación de que se las inmole o incluso autoinmolándose discretamente, en beneficio del hombre. Así cualquiera. ¿Y por qué? Ufffff.

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