Llevamos varias entradas hablando del estado de alarma, del confinamiento y de sus consecuencias negativas,  contando nuestro día a día  y expresando el desasosiego y la tristeza que nos produce. Evidentemente esta situación que hemos tenido y continuamos teniendo, de una forma algo más atenuada, aunque a veces parece que se nos olvida, ha segado y roto la vida y la empeorado la salud de muchas personas y cambiado la vida de todos de forma radical.

Durante este período, y todavía me siento sumida en esa situación, la tristeza y la desazón se ha apoderado de nosotros, de mí. Difícilmente veíamos, vemos, el final de este túnel o la vuelta a nuestra ansiada normalidad que no es otra cosa que hacer las cosas más rutinarias y normales de nuestra vida, tan poco valoradas y ahora tan importantes para todos nosotros.

Pero cuando empezamos a pasar de fase en el estado de alarma y se relajaban ciertos hábitos y nuestra vida empezaba a volver tímidamente a una situación algo más parecida a la anterior, muchos de nosotros nos dimos cuenta de que estos días también habían supuesto un punto y aparte, porque habíamos podido vivir la vida de una forma más sosegada y recuperar cosas que llevábamos tiempo sin poder disfrutar.

Este confinamiento ha supuesto un tsunami en nuestra vida, pero  nos ha servido para reencontrarnos y redescubrir cosas en parte perdidas u olvidadas.

La primera cosa que hemos redescubierto es la calma, el poder hacer las cosas de una manera más lenta, más tranquila… No mucho más, porque  he estado trabajando desde casa y eso evidentemente requiere una disciplina y unos horarios, pero todo se ha podido hacer con más sosiego y reflexión. Hemos podido ser más conscientes de cada cosa. Hemos podido reflexionar. Hemos podido hacer cosas que siempre dejábamos para otro momento. Hemos podido reencontrarnos con nosotros mismos, conectar con nuestras emociones y sensaciones. Hemos tomado consciencia de cosas aparentemente sin importancia.

En segundo lugar, hemos redescubierto nuestra casa y la de cosas que se pueden hacer sin necesidad de salir de ella. Yo he podido hacer desde circuitos para andar, hasta un gimnasio improvisado, o un sitio donde observar una cierta parte de la naturaleza, como los pájaros en todo su esplendor. Nuestra casa, ahora sí, que ha sido nuestro verdadero refugio, ha tomado la dimensión de hogar. Cuando salía a sacar a mi perrita o a llevar la compra a mis padres y veía a los sin techo en la puerta de una oficina bancaria, en un banco o donde fuera, he sentido una especial pena, una profunda tristeza y una sensación de injusticia. Siempre me ha dado una pena tremenda ver a alguien que vive solo y en la calle. Pero ahora he entendido la verdadera dimensión de tener un lugar donde cobijarse y donde sentirse a salvo. Grande o pequeño, lujoso o sencillo. Un lugar tuyo, una habitación propia.

En tercer lugar, y muy importante, hemos redescubierto la importancia de pasar tiempo con nuestros hijos, sobre todo aquellos que tenemos hijos  mayores que ya no pasan tanto tiempo con nosotros, porque viven su vida, y, aunque estén en casa, casi a veces como si estuvieran en un hotel. Este tiempo nos ha dado vía para departir, compartir, intercambiar opiniones, jugar,  compartir mesa y mantel, tomar copas…  convivir en profundidad. Para todo. Hemos sido tan felices teniéndoles cerca, dándonos cuenta de lo rápido que pasa el tiempo, de lo que han evolucionado, de cómo han desarrollado su personalidad… Hemos dormido tan bien sabiendo que, de noche, estaban todos en la cama y a salvo, que no necesitábamos nada más.

En cuarto lugar y no menos importante hemos descubierto que no se necesita tanto para vivir y ser feliz. Que no es necesario ni salir tanto, ni estar todo el día de un lado para otro, ni estar constantemente cambiando de actividad ni buscando cosas nuevas o tan complicadas. En casa y desde casa hemos podido hacer casi todo.

Todo en esta vida, como hemos repetido varias veces, tiene blanco y negro, luces y sombras, venturas y desventuras, riesgo y ventura, bueno y malo. Y aunque no podemos negar que el otro lado de la balanza no pueda ser equilibrado por nada, porque no hay nada que valga más que la vida de un ser humano y evitar el sufrimiento y el profundo dolor de la gente,   sí que  ha tomado pleno sentido ese saying que fue el primero que me enseñó mi  profesora favorita de inglés (que era igual que Miss Marple): “Every cloud has a silver lining