Esta mañana he ido a misa. No es algo que haga siempre que toca, pero intento hacerlo a menudo. Me produce cierta paz y me ayuda a reflexionar. La misa de hoy era especial. La habían preparado los alumnos de 3º de primaria que se preparan para la primera Comunión. La iglesia estaba llena de niñas y niños sentados al lado de sus amigos, con sus padres cerca. Todo era bullicio y risas. Mientras cantaban, se les veía contentos, naturales, en paz…  Se notaba que los padres se habían involucrado para asistir con ellos a este acto especial. Probablemente la mayoría no va a misa, pero hoy, por sus hijos, allí estaban, felices y estupendos.

 

Durante la celebración, cuya homilía se ha centrado en el mensaje del Papa sobre los refugiados e inmigrantes, los he estado observando y he pensado “Salvo excepciones, el hombre nace bueno, sano… Y con los años y las circunstancias nos maleamos. Una pena“.

 

Si de niño vives en un entorno más o menos normal y te sientes querido, seguro y sin ningún tipo de acoso…, eres el ser más feliz del planeta. No necesitas más. Pleno de entusiasmo, te metes de lleno en todo lo que haces. Todo o casi todo el mundo te gusta y la mayor parte de las cosas te parecen bien, las aceptas. Miras la vida con una mirada confiada. Salvo pequeñas manías y algún que otro egoísmo, no  tienes reparos ni resquemores estúpidos. Tú mismo te gustas y, mucho o poco, te valoras. Todavía no te comparas con nadie. No importa que seas más guapo o más feo, más gordo o más delgado, más o menos listo, rubio, moreno, negro o blanco. Eres querido. Disfrutas a corazón abierto. Tu mirada es limpia y lo más sencillo te hace feliz.

 

Todavía no has sentido con fuerza ese sentimiento corroedor, que nos avergüenza pero nos acecha: la envidia, los celos… La envidia negativa del que es más listo, más guapo o tiene más dinero. No sientes la necesidad de arrinconar ni dañar a los que sospechas que te pueden hacer sombra o te pueden quitar algo que consideras tuyo o que ambicionas. No quieres conseguir tus objetivos caiga quien caiga, ni hacer cosas injustificables. No te has creado necesitades impuestas. En lo esencial tu alma todavía está sana y, aunque te podrían asaltar ciertos pensamientos oscuros, ciertas envidiejas…,  no tienen la fuerza ni el poder de cambiarte, ni de hacer de ti otra persona en la que ni te reconocerías.

 

Sigue habiendo gente afortunada, que con los años continúa manteniendo casi intacta esa mirada de cuando era niño, con toda la experiencia y sabiduría de la vivido. Siguen teniendo una mirada limpia, con capacidad para identificar y reconocer sus equivocaciones y enmendar el error. Siguen disfrutando de las cosas sencillas y no necesitan tenerlo “todo”. Saben ver lo bueno de los demás, y también enfrentarse y luchar para cambiar lo negativo. Solo con mirarlas se las puede reconocer.

 

La mayoría -ojalá pudiera ser así en todos los casos- recordamos con cariño los tiempos felices de cuando éramos pequeños. Mantener viva la llama de nuestra infancia, cuando ha sido positiva, es una recarga de energía y salud interior. Nos tendría que pasar como en El curioso caso de Benjamin Button: nacer mayores y morir como bebés en los brazos de alguien que nos haya querido de verdad. ¿A que sí?