No hay mejor forma de aprendizaje que el ejemplo y este, como todo en la vida, tiene dos caras: el mal y el buen ejemplo. Hay una corriente, incluso una forma de vida y de pensar, que consiste en transgredir y violar sistemáticamente las normas más elementales de convivencia, haciendo mucho ruido, autodeclarándose víctimas, inventando agravios, negando la evidencia y aludiendo a lo injusto de una situación, para conseguir cosas que, seguramente de otra manera, resultarían imposibles de lograr. Esto, claramente, es un mal ejemplo para el resto de los mortales.

Es verdad que algunas de estas personas tienen vidas y situaciones complicadas, pero eso, en ningún caso, da derecho o puede suponer que se obtengan ventajas que otros, en similar situación, pero con un obrar adecuado, ni podrían soñar. Esto sería, ya está siendo, un verdadero mal ejemplo para la gente que actúa correctamente, con civismo.

Ese prototipo de personas que se dan cada vez con mayor profusión en todos los ámbitos: social, político, cultural… suelen aludir a conceptos universales como la libertad, la justicia, la igualdad, el derecho…, para conseguir aquello que quieren,  incluso, cuando todos sabemos que de manera evidente está vulnerando todo lo vulnerable y todas las reglas para una adecuada convivencia, dando como resultado incluso que terceros, que no tienen culpa ni responsabilidad de nada, acaben siendo perjudicados y a veces gravemente por esa situación.

Apoyamos sin reservas que se equilibren cuanto antes y de la forma más justa posible las situaciones gravemente desequilibradas, y que se solucionen y lleven a cabo todas las medidas necesarias para solventar cualquier injusticia, discriminación y agravio. Que se establezcan medidas para apoyar a los más desfavorecidos y a aquellos que injustamente ven limitados sus derechos. Pero debe hacerse con normas, políticas y medidas que se apliquen con criterios objetivos y mesurados a todo el mundo. Nunca de manera arbitraria, caprichosa o por exigencias  de lo políticamente correcto. Que nunca se haga simplemente por temor de que el que se queja, origine un desequilibrio o problemas, al encargado de buscar medios para solucionarlos.

Todos hemos observado cómo actúan algunos niños cuando son pequeños, enrabietándose cada vez que no obtienen lo que quieren, convirtiéndose en verdaderos tiranos y manipuladores, que acaban consiguiendo muchas veces más cosas que sus hermanos o amigos quienes, con un carácter más moderado, ceden y obedecen sin tirarse al suelo, llorando durante una hora o negándose a comer.

En el caso de los niños, aun cuando a veces nos sorprendamos cediendo a esos chantajes, sabemos que no estamos obrando bien y que, aunque nos cueste mucho más esfuerzo y más disgustos, no debemos darles lo que quieren porque actúen así. Ni les estamos haciendo un favor a ellos ni al resto de hermanos y amigos que acaban percatándose de lo que se obtiene montando un numerito.

Pero lo gracioso es que esto que intentamos evitar cuando estamos con niños, nos resulta cada vez más difícil o trabajoso aplicarlo a los adultos. Dejamos que aquel que más sobreactúa, exige, exagera o manipula los grandilocuentes conceptos antes señalados acabe consiguiendo, en todo o en parte, sus objetivos, dejando a los que les rodean con un palmo de narices y, peor, dando un verdadero mal ejemplo con esa conducta, que otros intentarán aplicar viendo lo fácil que al primero le ha resultado conseguir lo que quería.

Estos malos ejemplos están creciendo de tal manera que la gente, podríamos llamar moderada, educada, que hace lo que tiene que hacer, empieza a sentir un justificado malestar observando que, al final, al que cumple las normas, piensa en los demás y respeta las cosas, se le acaba olvidando, aunque sufra penurias, haya perdido el trabajo, tenga que soportar gente insoportable, o tenga mil pesos sobre la espalda que ya le gustaría que le aliviaran.

Esto que siempre ha ocurrido -gente intentando abusar y aprovecharse de situaciones siempre ha habido- ahora se ha cuadruplicado.  Casi todos los días aparecen muchísimos casos  y en casi todos los ámbitos. Al final están consiguiendo que nos fijemos en aquellos que se saltan las normas a la torera. Y no reparemos en personas que de verdad necesitan ayuda o son objeto de alguna injusticia, pero tienen un comportamiento cívico ejemplar. Como no se ve en ellas un problema ni se oyen sus algarabías se tornan invisibles, casi olvidadas, cuando es a este tipo de personas a las que habría que ayudar primero y tener más en consideración.

No es positivo para nada ni nadie poner en el candelero esos malos ejemplos, obviando los buenos,  porque no hay nada de lo que se aprenda más que del ejemplo, pero del buen ejemplo, y lo anterior es un mal ejemplo del que nadie, nadie, debiera sacar jamás beneficio.