En una entrevista a Carl Honoré, periodista canadiense nacido en Escocia, hablando sobre su libro “Elogio de la experiencia”, que nace, como su libro anterior “movimiento lento”, como una manera de enfrentarse a un problema existencial y personal, pronuncia una frase clave en torno al envejecimiento. Dice que no nos damos cuenta que desde que nacemos estamos envejeciendo. Al final, no deja de ser un proceso natural por el que todos acabamos pasando.

A menudo e inconscientemente, no solo los demás sino nosotros mismos, nos acabamos encasillando en una determinada edad, separándonos de los que son mayores o más jóvenes que nosotros y poniendo barreras donde no las hay. Pero lo hacemos en función de una idea de lo que parece tiene que suponer cada edad, porque la verdad es que nosotros mismos no nos sentimos muy diferentes de cómo nos sentíamos unos años atrás. Nuestra vida habrá cambiado en parte, habremos acumulado experiencia, a veces incluso kilos o arrugas, pero en nuestro fuero interno, seguimos considerándonos jóvenes.

Cuando somos capaces de abstraernos de la edad que tenemos y que tienen los demás, y vemos solo a la persona que hay debajo de esos años, en toda su plenitud, el edadismo deja de tener sentido y la aproximación se produce de una manera natural, sin cortapisas. La gente de edades diferentes se nos muestra como gente que aporta, pero también como personas a la que podemos aportar y es ahí cuando se produce un verdadero milagro.

Y si muchos pensamos que esto es así y además hay multitud de experimentos que acreditan que salen cosas estupendas de la mezcla de generaciones y personas de edades diferentes y que todas pueden aportar cosas maravillosas, no se entiende muy bien cómo se produce una discriminación flagrante, en un área como la laboral, esencial para los seres humanos, porque de ello depende su supervivencia y sus posibilidades en la vida.

Hay empresas, las menos, que cuando consideran a la gente mayor, les ofrecen la posibilidad de salir en condiciones ventajosas. Y aunque esto se agradezca, la realidad es que muchas de esas personas que quedan fuera del campo laboral, hubieran preferido continuar en él.  Llegar a entender que la empresa prescinda de trabajadores con edades en torno a 50 años, en principio, resulta complicado. Si encima esas personas, en la mayor parte de los casos, no son tan afortunadas, y de un día para otro, se encuentran sin trabajo, y lo que es peor, sabiendo que la posibilidad de que les den una nueva oportunidad es remota, se les cae como diría mi abuela los palos del sombrajo.

Hoy mismo me comentaba una amiga que con ella en su empresa se producían tres discriminaciones de golpe, y de una sola vez. Una era porque no pertenecía a la nacionalidad de la mayor parte de los miembros de su empresa, la segunda que era mayor de 45 años y la tercera que era mujer, de tal manera que lo mirara por donde lo mirara, todo lo veía bastante negro.

Al final, pero no sabemos porque realmente ocurre, se ha establecido como algo natural que llegados a lo que antes se llamada la edad media o madura, y la palabra media nunca fue tan exacta, porque en condiciones normales puede quedar la mitad casi de la vida todavía por vivir, el mercado laboral te considera fuera de él, como si ya no  pudieras aportar nada, o no sirvieras para trabajar.

 

El periodista arriba citado dice que a medida que avanza la inteligencia artificial se abren espacios a las personas con mayor inteligencia emocional y ello es una ventaja para las personas de más edad, porque tienen una mayor inteligencia emocional, al igual que dice que, muy al contrario de lo que se piensa, la productividad suele aumentar con la edad.

No estamos diciendo desde aquí que las empresas estén plagadas de gente de esa edad o mayores, y que los más jóvenes no tengan oportunidades, estamos diciendo y está totalmente acreditado, que la grandeza de los grupos, de todo tipo, viene de la mano de la mezcla de gente perteneciente a diferentes generaciones, y hasta que los empresarios o las empresas no entiendan o no quieran entender esto seguiremos perdiendo y dejando por el camino a gente fabulosa y además perderemos la oportunidad de mejorar sustancialmente la productividad de las empresas.

Cada generación puede aportar cosas fantásticas. En otro artículo leí que los baby boomers aportaban capacidad de trabajo y sacrificio, la generación X la rebeldía, que es la que cambia las cosas, los millennials la creatividad y el emprendimiento y la generación Z el cambio sistemático y la preocupación por el medioambiente y las personas. (Todos consideramos que pertenecemos a la generación mejor, pero eso también es consustancial al ser humano y totalmente discutible).

Al final si en el campo laboral no tenemos en cuenta a todas estas generaciones con estos bonitas nombres, y no damos oportunidad para que trabajen y construyan cosas juntos, acabará pasando factura y nos ocurrirá como con las mujeres, estaremos, en muchos casos, dejando fuera ya no a la mitad sino a más de la mitad de la población, una verdadera atrocidad.

Se debería erigir como uno de las primeras premisas de la tan manida reputación corporativa, el dar segundas, terceras y cuartas oportunidades a los mayores  juntándolos con gente más joven y luego solo habrá que observar a que, en nada, todo florezca como si hubiera llegado la primavera.