A Miriam Elizabeth Rodríguez Martínez -mujer, mexicana y madre-  le cambió la vida en 2012, cuando secuestraron a su hija Karen Alejandra. El secuestro terminó en asesinato y, a partir de entonces, Miriam dedicó su vida a la justicia. Primero a su justicia familiar. Ella sola y con sus propios medios logró encontrar los restos de su hija en una fosa clandestina común y, con la información que proporcionó a la policía, consiguió que encarcelaran a sus asesinos, a los miembros de la banda que había secuestrado a Karen.

Después, se dedicó a trabajar por la justicia de tantas mujeres y tantas familias. Luchó por dar visibilidad a la tragedia de los miles de desaparecidos en su país, bien por el crimen organizado, el narcotráfico, las bandas o por la corrupción de las instituciones oficiales e impulsó la formación de una red nacional de familiares que buscan a sus desaparecidos.

Descrita como una mujer alegre a pesar de su pérdida familiar, solidaria, valiente y de carácter fuerte, convivía con las amenazas que recibía regularmente. Todos sabían que su vida corría peligro. Ella lo denunció y pidió protección a las autoridades. A pesar de ello, dos años después de encontrar los restos de su hija, fue asesinada a balazos en su casa, en la ciudad de San Fernando (Tamaulipas),  en el día de la Madre, cuando solo tenía 50 años.

Un mes antes había participado en la caravana Contra el Miedo, que recorrió varias ciudades.

Esta historia, como la de Marisela Escobedo Ortiz y la de tantas mujeres mexicanas, refleja el destino terrible de miles, cientos de miles,  de mujeres en Hispanoamérica y en el mundo. Solo por el hecho de serlo, porque la sociedad las ha hecho secundarias y vulnerables, las ha desprotegido, cosificado y a veces olvidado… Sus vidas merecen mucho más que pena, indignación, reconocimiento y un tibio apoyo.