Un estudio de la Universidad de Essex (Inglaterra), tras analizar la evolución de más de 15.000 niñas, concluye que las hijas de madres estrictas tendrán más éxito en su futuro. Aunque el estudio se hizo con niñas, es igualmente aplicable a los niños.

 

Cuando somos pequeñas, sobre todo en la adolescencia, no soportamos tener una madre estricta, que nos controla, nos marca normas, nos dice lo que podemos o no hacer, nos exige que nos esforcemos en los estudios, nos pone hora de volver a casa (aunque le insistamos en que a nuestras amigas les dejan hasta mucho más tarde), nos persigue para que ordenemos nuestra habitación…

 

Ese tipo de madres repite machaconamente el mismo mensaje, 100 veces al día si hace falta, hasta que consiguen que nos comportemos de manera adecuada. Su tenacidad es a prueba de bombas y, aunque una y otra vez nos oigan quejándonos, gruñendo o dando malas contestaciones, permanecen inasequibles al desaliento.

 

Aunque como en tantas cosas tiene que venir un estudio a decírnoslo, y si es de una universidad británica o norteamericana, mejor, ya lo sabíamos. El tiempo y la experiencia nos han hecho comprender que esa actitud de nuestras madres nos ha ayudado a ser luchadoras, responsables y exigentes con nosotras mismas, a esforzarnos, avanzar y sobreponernos con madurez frente a las adversidades.

 

Ese camino no era el fácil sino el más difícil; el que les ha supuesto muchísimo esfuerzo, constancia y a veces sinsabores; el que implicaba utilizar una enorme cantidad de energía diaria, añadida a la que perdían al tratar de hacer siempre su trabajo lo mejor posible, atendiendo a la familia y amigos e intentando que todo -nuestras vidas- estuviera casi perfecto. Que por ellas no quedara.

 

Cuando las que hemos sido hijas de ese tipo de madres tenemos a nuestros propios hijos, en general repetimos esa manera de educar.  Sabemos que siendo estrictas con nuestros hijos, los estamos ayudando a ser hombres y mujeres valiosos para el futuro y con capacidad para luchar por sus sueños.

 

Luchando contra viento y marea, a veces con disgustos, ponemos todo nuestro empeño en ser exigentes, a la par que comprensivas y justas. De nuestras madres aprendimos que educar no es, ni mucho menos, una tarea fácil y para la que no hay una única receta universal. Me atrevería a decir que es una tarea de tanta enjundia y dificultad, como las más arriesgadas y brillantes de cualquiera de los grandes estrategas y descubridores de la historia.

 

No es una tarea laureada ni tampoco necesitamos que sea recordada en los anales. Nos basta con observar a nuestros hijos, para ver muchas veces (ojalá sucediera siempre) el fruto de nuestro esfuerzo, sintiendo si cabe mayor orgullo y felicidad que el que sintieron aquellos hombres y mujeres cuando lograron sus heroicas metas o realizaron aquellas aplaudidas hazañas.