Acabo de llegar a casa, después de tirarme casi toda la tarde en el sanatorio. He llevado a mi madre a hacerse una prueba que le había prescrito el médico. Hemos tardado muchísimo. Parece que vengo de la guerra. ¡Estoy agotada!

He estado peleándome con todo el mundo, incluida mi madre, aunque en el fondo la entiendo, pero,  además, he tenido que pelearme con el Hospital. Les faltaba un papel y no querían hacerle la prueba. Prácticamente les he dicho lo que dice la niña de ese anuncio, que me encanta, de la pizza de Casa Tarradellas “A que me encadeno aquí hasta que le hagan la prueba y tiro la llave”.

Todo el mundo que estaba esperando pendiente de mí, hasta que  -argumentando y peleando- he conseguido solucionarlo. Iba de un lado para otro con un mal genio increíble. Me miraban atónitos.

¡Menos mal que he leído que tener mucho genio es propio de personas inteligentes!

Como ya iba estresada a recogerla, a eso que llamamos la hora de las gallinas, en un taxi, y el taxista estaba deseando darme palique, hasta que he llegado a casi de mis padres hemos puesto el mundo patas arriba. Hemos llegado a la conclusión, de que hay una parte de la población que curra muchísimo y otros que se lo montan para currar lo menos posible pero que parezca lo contrario.

Hemos realizado una especie de conjuro virtual para luchar contra todos esos presuntos vagos, que yo le dije, aunque no estaba muy de acuerdo, como es obvio, que me parecía que se daba más entre nuestros queridos hombres que entre las féminas.

Hoy ha sido un día especialmente movido, no he parado. Aunque casi nunca paro. He estado todo el día de la ceca a la meca y trabajando desde casa. ¡Esa manía mía, creo tan femenina, de intentar estar en todo, solucionar todo y dar el do de pecho en todo, aunque muchas veces rabiando y pataleando, me va a llevar, nos va a llevar, a la tumba!

Solo me tranquiliza saber que muchas de mis amigas tienen las mismas cargas o parecidas y reaccionan también de un modo similar. ¡Ay que haríamos sin poder compartir nuestras cuitas!

Pero todo este rollo para llegar a hablar de lo que quería o lo que se supone es el leiv motiv de esta entrada y es que nuestros padres y nuestras madres, sobre todo, prefieren no hacer las cosas o no ir a los médicos o no salir de casa que hacerlo con personas extrañas que no sean sus hijos, hijas si tienen, que solemos ser sobre las que recaen este tipo de cuidados.

Yo venga a decirle a mi madre que tenía que coger una ayuda para que la llevara, de vez en cuando, a estas pruebas o fuera a la compra o paseara con ella, porque ya no puede salir sola y ella me miraba con esa carita con la que casi te miran los niños y me respondía: -si no quieres venir o hacer estas cosas no las hagas, pero fíjate cómo has solucionado el tema.  Mira como me entretiene lo que me cuentas, aunque te pongas como un basilisco. Yo no quiero otra cosa, aunque la persona que me metas sea excepcional, que seguro que lo será. Yo prefiero ir con vosotras o no hacer lo que no pueda hacer sola.

En el momento me estaba poniendo banderillas escucharle decir eso. Me parecía casi chantaje emocional de una persona que nos ha dado todo y jamás ha pensado en ella en primer lugar. Pero luego, ya en casa, tumbada en la cama, era totalmente consciente de que cuando las fuerzas nos fallan, queremos estar rodeados y acompañados de los nuestros.

En ese momento me vino a la mente lo que le respondió una amiga hace poco a su hijo cuando este la decía que veía acertado, en un futuro, si ella no podía valerse por sí misma, meterla en una residencia, en una “buena residencia”: ¡Te juro que voy a poner una cláusula en mi testamento que diga que si alguno de vosotros decidís meterme en una residencia no cobréis un duro de mi herencia!

Pues tiene toda la razón.  Tanto criticar a nuestros mayores por querer que seamos nosotras quien les ayudemos y al final todos vamos a querer lo mismo. Me ha dado una idea con la cláusula, incluso lo mismo la endurezco a futuro.