Hace poco estaba escuchando una tertulia que ponía sobre la mesa si debía de separarse la obra del autor, cuando la primera nos parecía maestra pero el autor, por su comportamiento, modo de vida, de actuar … era, por lo menos, discutible.

 

Este no es un tema baladí porque debe de analizarse desde muchos puntos de vista y teniendo en cuenta muchos condicionantes, pero, la mayor parte de los hombres que estaban opinando, argumentaban y consideraban, más o menos claro, que debía de separarse y no había porque denostar o dejar de admirar una obra porque su autor fuera, dicho claramente, impresentable.

 

Se incorporó una mujer al debate y aunque reconoció que era un tema complicado, como casi todo, de analizar, ella, visto desde su perspectiva feminista, sí que a la hora de analizar o justificar una obra, tenía en cuenta la trayectoria del autor porque consideraba que tenemos que ser responsables de nuestros actos y de lo que encumbramos o denostamos.

 

Pusieron múltiples ejemplos de personas del pasado y del presente, he de decir que todos ellos hombres, con personalidades o vidas muy discutibles, pero creadores de grandes obras, y por ello los tertulianos argumentaban que en su opinión las obras debían de trascender la vida del autor.

 

Aunque estamos de acuerdo que sí que afecta mucho el contexto y que actos que hoy se consideran deleznables, en otras épocas y en otros contextos, no hubieran tenido ese calificativo o esa consideración porque las circunstancias y el contexto en el que se produjeron eran otros totalmente distintos, hoy en día nuestra realidad y nuestra formación sí que nos permite y, podríamos decir, nos exige, preocuparnos de estas cosas y ser conscientes de ellas.

 

Cuando observamos algo en la vida, en la naturaleza, en el arte … normalmente lo vemos bajo el prisma de lo que pensamos o en lo que creemos o bajo el prisma de las cosas con las que estamos sensibilizados o comprometidos y sobre todo si somos o no perjudicados por la situación en cuestión, en cuyo caso, seremos mucho más laxos o más estrictos en la consideración, dependiendo de si lo vemos, como se diría taurinamente, desde la barrera, o lo sufrimos en nuestras propias carnes.

 

Por ejemplo, en el ámbito laboral, la forma de actuar de algunos hombres a diario, cuando toman decisiones, hablan en reuniones, organizan el trabajo o promocionan a su equipo, nos deja muchas veces alucinadas y perplejas a muchas mujeres llegando al culmen cuando, encima intentan justificarnos, más bien convencernos, la mayor parte de las veces sin éxito, del porqué de los mismos. Sin embargo, a nuestros colegas o compañeros hombres, muchas veces, estos comportamientos les pasan desapercibidos y, en este caso, no estoy muy segura de si es porque realmente no se dan cuenta, porque para ellos esa forma, se podría decir, es un acto totalmente habitual y, por tanto, se convierte en natural, o si sí que se dan cuenta, pero no les interesa ni cambiarlo ni denunciarlo porque para que se van a meter en berenjenales de cosas que a ellos no les afectan.

 

Aquí vuelvo a enganchar con la idea inicial de este post y es, si la persona que ha realizado la obra era, por ejemplo, un ser impresentable y sin escrúpulos con las mujeres, pero su obra nos encanta y con ella disfrutamos un montón, porque nos vamos a plantear dejar de venerar y aplaudir la obra. No hombre no, esta trasciende, como se dice, al autor y, por lo tanto, ya tiene vida independiente y separada sin ninguna relación ni corresponsabilidad con el mismo, bonito argumento, eh.

 

Este tipo de argumentos sabemos que sirve y se utiliza a diario para justificar lo injustificable o exonerarnos de culpa o responsabilidad, pero la realidad es que todas las personas, y no solo las mujeres, somos un todo y no varias partes cada una campando por sus fueros.