Todos sabemos que, salvo excepciones, no hay nada más bonito que ser joven, lleno de inquietudes, sueños, ilusiones, empuje, esperanza, frescura, osadía…, pero también de inexperiencia, falta de perspectiva, conocimientos sólidos, asunción de responsabilidad, equilibrio…

Vivimos en un mundo, y especialmente en España, donde aparentemente se idolatra a la juventud, a “los millennial”,  a “la generación Z”, por el solo hecho de tener una cifra baja en el carné. Los llamamos con nombres atractivos y les hacemos creer que poseen un universo de posibilidades, talento y derechos. Ellos, receptores de tanta pleitesía, demandan con cada vez menos años, más hueco para decidir, más tenerlos en cuenta, más herramientas para cambiar las cosas, más mando en plaza.

Para satisfacerlos, y por miedo a parecer rancios y obsoletos, les regalamos la oreja e intentamos darles lo que demandan, sin enseñarles que las cosas requieren tiempo, que la experiencia es un grado, que del viejo el consejo, que todo tiene su momento y su lugar, que avanzar y crecer supone trabajo y tiempo, y que el esfuerzo y el mérito tienen recompensa. Lo importante es el ahora; mañana Dios dirá.

Visto lo visto, no estamos sabiendo aunar juventud y madurez, frescura con añejo, ideas nuevas con respeto a lo que está bien hecho y sigue funcionado, práctica con teoría. El presente con el pasado, para construir un futuro mejor.

Con ello ni hacemos a los milenials un favor, ni nos estamos haciendo ningún favor a nosotros. Alteramos los procesos y ritmos naturales, sin mejorarlos ni hacerlos más eficientes, tal como alteramos y adulteramos tantas cosas en la vida, sin medir las consecuencias. Muchas veces, pan para hoy y hambre para mañana.

La herida de tanta expectativa y adulación se hace más sangrante y frustrante, cuando la realidad de muchos milenials es, sin embargo, una competencia feroz para lograr un trabajo o conseguir una beca, una multiformación especializada que no se tiene la oportunidad de aplicar, salarios pequeños, mucho luchar para obtener resultados pobres… Entonces ¿por qué repetimos que son el futuro y también el presente?, ¿que son casi reyes de lo que está por venir… si lo que viene no es para nada lo que les decimos que merecen?

Independientemente de nuestra edad y generación, todos hemos de aportar lo mejor de nosotros con verdadero espíritu de ir hacia delante, manteniendo lo bueno que tiene lo viejo y poniéndolo en relación con todo lo bueno de lo nuevo. Así nuestra sociedad funcionará y progresará para bien de manera natural.

No olvidemos, como se decía en el Rey León, que “todos nos vamos incorporando para formar parte del ciclo de la vida”.