Me comentaba hace poco una amiga cómo varias compañeras jóvenes que había conocido en su empresa, en muy poco tiempo habían sido promocionadas a puestos medios y altos de jefatura, con una rapidez que ya nos hubiera gustado ver a las de nuestra generación, donde para que promocionara una mujer a ese tipo de puestos, y en tan poco tiempo, tenía que darse una conjunción de los astros tan perfecta, que era imposible. Todo ello sin dudar, ni lo más mínimo, de la capacidad y de la preparación de esas jóvenes compañeras.

Ambas reconocíamos que, en el fondo nos causaba un poco de envidia, que muy poco tiempo atrás, para nosotras había sido prácticamente imposible acceder a esos puestos, y ahora, en un sistema, estamos seguras mucho más justo y acertado, imbuidos como estamos del empoderamiento de la mujer, las empresas estaban haciendo no lo suficiente pero si mucho de lo que no habían hecho en muchos años y, además, con mucha más rapidez.

Esto nos llevó a comentar que nuestra generación se había convertido en una especie de generación bisagra -esa palabra que ahora tanto se utiliza en política – entre lo analógico y lo digital, entre la casi imposible conciliación y los permisos paternales, entre la nula promoción de la mujer a puestos de responsabilidad y la rápida promoción en ciertas empresas y entidades, entre las que cuidan y se han hecho cargo de sus padres, a las que seguramente ya no podrán estar pendientes de ellos, pero arbitraran los mecanismos y desarrollaran los medios necesarios para que alguien o algo (maquinas quizá),  puedan cuidarlos.

Nos alegramos mucho y de corazón de que, de alguna manera, nuestra lucha,  esfuerzo, ejemplo y  reivindicaciones estén contribuyendo a la mejora y el correcto, adecuado y justo desarrollo de la mujer. Pero nosotras, todavía relativamente jóvenes y capacitadas, nos encontramos un poco prisioneras entre ambos mundos y con pocas esperanzas ya de poder beneficiarnos de alguna manera del cambio que se está produciendo (seguro que dentro de unos años se empieza a reconocer que una mujer en la madurez es tan válida o más que los hombres; que le queda mucho por hacer y debe ser recompensada y valorada en su justo término).

Muchas de nosotras, no podemos dejar de sentir una cierta desazón de que, aun considerándonos privilegiadas en muchos aspectos, hemos llegado tarde, casi podríamos decir por los pelos, a disfrutar de la mayor parte de esos beneficios, (hasta, en algunos casos, llegamos tarde a la epidural).

Que no se nos malinterprete. Nos declaramos felices y satisfechas con la vida que hemos vivido y que vivimos, porque hemos sabido buscar y sacar lo mejor que esta nos ha dado, que no es poco: tener una familia, un trabajo donde hemos podido desarrollarnos como profesionales, unos padres estupendos, unos medios adecuados, mejor salud y cuidados, simplemente decir que todo ello nos ha costado mucho, muchísimo, esfuerzo, Aunque seguramente, también hay que ser justas, no tanto como les costó  a las generaciones anteriores.

Nuestra generación puede gritar con orgullo que la base de nuestra vida ha sido y es trabajo, esfuerzo y tenacidad, y ya con eso estamos y seguiremos satisfechas, pero, como a nadie le amarga un dulce,  no está demás decir que nosotras también necesitamos, de vez en cuando, que los demás nos reconozcan que hemos sido importantes para el cambio que se está produciendo y, que sin nosotras, y sin nuestro tesón y entusiasmo, las cosas no hubieran sido lo mismo, porque si algo nos caracteriza es que nuestras madres nos enseñaron a no ser egoístas ni quejicas y a alegrarnos con los beneficios y los reconocimientos de todos aquellos que nos rodean o que forman parte de nuestra vida de una manera u otra.

Solo puedo decir que ¡viva nuestra generación! Y que ¡nunca es tarde si la dicha es buena!