Me comentaba un amigo, con cierta tristeza, como una compañera que trabaja en uno de los departamentos más importantes de su empresa, una gran multinacional, y con la que trabaja habitualmente, le había confesado que, en cuanto pudiera, dejaría la empresa. No podía soportar la situación a la que estaba sometida. Me describía a esta mujer como una persona preparadísima,  inteligente, perfeccionista, trabajadora, colaboradora, simpática…, con la cual trabajar era siempre un verdadero placer. En una frase, me dijo, es una persona que siempre encuentra una solución a los problemas y hace fácil el trabajo a los demás.

¿Que es lo que le pasa a esta mujer? Algo que cada vez ocurre de forma más habitual en las empresas, no solo a las mujeres, sino también a muchos hombres. De repente, y después de haber estado bastante tiempo haciendo un buen trabajo, reconocido y valorado, se encuentran de un día para otro, con que les han colocado por encima no solo un nuevo nivel, sino dos o tres. Y transcurrido un cierto tiempo, observan atónitas que lejos de quitarles trabajo e incluso de que esto suponga una ayuda o alguien de quien aprender o con quien mejorar -cosa que la mayoría de profesionales  valoramos-  les supone una sobrecarga de trabajo. Y encima les hunde cada vez más en el fondo de la compañía.

¿Por qué? Quizá porque sigue habiendo muchos más hombres en los puestos de jefatura y dirección en las empresas. Este tipo de conductas se realizan, podríamos decir, con mayor soltura, cuando hay un mujer haciendo ese trabajo que seguramente  merecería el ascenso. Es como si inconscientemente, para el que toma esa decisión de poner esos nuevos niveles, pensara que la mujer posiblemente lo asumirá mejor o se quejará y reivindicará menos. Y que además seguirá haciendo su trabajo tan bien o mejor que antes, porque querrá demostrar al nuevo lo excelente profesional que es.

Si observamos, todavía no hay muchas mujeres en los primeros niveles de dirección y las que están tienen pocas posibilidades reales de ascenso. En cambio, nos encontramos con que en el segundo o tercer nivel, sin contar a las secretarias o personal assistant, sin las cuales, aunque no siempre se reconozca, muchos directivos estarían perdidos, hay muchas más.    ¿Y eso por qué? Porque, aunque no las hayan ascendido como tocaba y ellas de sobra sepan que lo merecían, van a seguir, en general, haciendo muy bien su trabajo, cumpliendo los objetivos marcados y esforzándose para que todo siga funcionando. Y eso sí que no se les escapa a esos esforzadísimos jefes de nuevo cuño.

Solo le pedimos a Dios, como cantaba Ana Belén, que este tipo de conductas dejen de serles indiferentes a los que las toman y que piensen que también las mujeres tienen su corazoncito y su dignidad.

Y aunque su sentido de la responsabilidad les impida, como quien no quiere la cosa, empezar a ser menos colaboradoras o no hacer tan bien su trabajo,  no por ello dejan de quemarse o sufrir verdadero estrés, cosa además que nos hace envejecer más rápidamente. Y eso sí que no se perdona.