En una reunión de amigas, poco después de la celebración del 8 de marzo, en la que, como suele ser habitual, podríamos estar hablando horas y horas, nos reímos, nos quitamos la palabra, pasamos de un tema a otro sin despeinarnos ni perder el hilo del anterior -que por eso somos mujeres y ser multitasky forma parte de nuestro ADN-, se incorporó a última hora un amigo de mi amiga.  A partir de ese momento, si la reunión era ya de por sí divertida, se volvió muchísimo más, por el fluir de ideas, creatividad e innovación de la que hicimos gala, en parte, y sin ninguna mala fe, metiéndonos un poco con el encantador caballero que se acababa de incorporar.

En esa tormenta de ideas que suele acontecer durante nuestras reuniones, porque otra cosa nos faltará a las chicas, pero creatividad para afrontar y abordar las más variadas y variopintas situaciones no nos falta ni un ápice, sensu contrario, y creo que es tan desbordante que al final vamos a tener que darle la razón a aquellos que durante nuestra larga y fructífera vida en la gran empresa nos repetía machaconamente y, por supuesto, en inglés Focus ¡hay que poner focus!, salió en la conversación esa famosa serie que vimos, cuando iniciábamos la adolescencia, y que tanto nos gustaba, Los Ángeles de Charlie.

El nombre de esta serie norteamericana, tan famosa, de la que luego, por lo menos que recordemos, se hizo una película hace relativamente poco, que a nuestras hijas también les ha encantado, nos hizo pensar un par de cosas: recordar con cariño nuestros primeros años de preadolescencia y reflexionar sobre el papel de la mujer en esa serie de hace casi 40 años.

¿Qué concluimos? Lo siguiente: “Ni somos ángeles y ni mucho menos obedecemos a ningún Charlie”, a pesar de que me encantan los angelitos y que el Charlie que recordamos, probablemente matizado por el cristal con que vemos las cosas de esa bonita etapa de la vida, era un hombre amable e inteligente, de voz agradable, al que nunca vimos la cara en la serie y que por ello lo imaginábamos como un hombre muy atractivo que encomendaba a sus tres ángeles, en su agencia de detectives, los casos más variopintos, que ellas, llenas de energía, audacia e inteligencia, sabían resolver divinamente.

Las tres actrices que protagonizaban la serie eran guapísimas: Farrah Fawcett (Jill Munroe) Jaclyn Smith (Kelly Garrett) y Kate Jackson (Sabrina Duncam). Dependiendo de si éramos rubias, morenas o castañas, nos identificábamos con una u otra, aunque la estrella era Jill Munroe.

Esa serie, como otras, con las que pasamos momentos inolvidables en nuestros primeros años, daban una imagen de la mujer de sex symbol, aunque en este caso también ponían en juego su inteligencia e intuición para resolver todos los casos. Y aun  declarándonos totalmente partidarias de que Charlie hubiera sido una mujer y los tres ángeles tres hombres tipo Brad Pitt, George Clooney y Bradley Cooper, nos hizo pasar buenos ratos. Eso no impidió que estudiáramos lo que quisimos, que aspiráramos y sigamos aspirando a llegar a lo más alto o que entendamos que lo tedioso tiene que compartirse al igual que lo agradable y que nuestros derechos, ideas y forma de entender las cosas son tan respetables como las de los hombres.

Las mujeres somos lo suficientemente inteligentes para ser lo que queramos ser:  ángeles, demonios e incluso un misterio y, por supuesto, no obedecemos a ningún Charlie, Pablo, Juan, Pepe o Íñigo. Aunque si quisiéramos obedecerles, en el mejor y más civilizado sentido de la palabra, también somos libres de hacerlo.