Las mujeres representamos en este momento el 49,6% de la población mundial, frente al 50,4% de población masculina.  Siendo tantas y con un papel insustituible en la evolución de la humanidad, hemos vivido siempre con las características y limitaciones de minoría.  Hasta 1981 en España las mujeres tenían que pedir permiso a su marido para poder trabajar, cobrar su salario, abrir cuentas corrientes en bancos, sacar el pasaporte y el carné de conducir… Y el marido podía disponer de los bienes comunes sin su consentimiento.

Desde entonces, la legislación, la cultura, las costumbres y nuestro papel en la sociedad han dado un vuelco enorme. Para algunos, tan grande que casi hemos dado la vuelta a la tortilla. Pero todas sabemos “en nuestras propias carnes” que no lo suficiente. Muchas todavía necesitan ser el foco de programas de apoyo, refuerzo, visibilidad y oportunidades. Todavía somos una minoría, aunque numéricamente seamos la inmensa minoría.

Las mujeres, en su mayoría, seguimos gestionando y responsabilizándonos directamente de nuestras familias, padres, hijos, tías solteras… Y, desde que hemos conseguido el derecho a ser económicamente independientes y por tanto de poder elegir, modificar y ser dueñas (a veces solo aparentemente) de nuestra vida, también nos responsabilizamos de nosotras mismas.  ¡Por fin! Queda muy lejos la urgencia de encontrar marido o protector para sobrevivir. Jane Austen y tantos escritores tendrían hoy que elegir otros argumentos.

Llegar a casi todo

Quizá porque hemos tenido que hacer frente a tanto, muchas nos imponemos un nivel de autoexigencia muy elevado, y la necesidad interior de “demostrar” y de “llegar a casi todo”. No nos damos permiso para bajar la guardia, por si acaso pudiéramos  perder oportunidades laborales, personales y de cualquier tipo. A menudo sin quererlo, acabamos siendo lo que no hemos prentendido ser: más multitarea que nuestras madres. ¡Agotador!

 

La inercia,  la velocidad del tren en que estamos subidas,  a veces nos hacen olvidar que no tenemos por qué desempeñar papeles que no hemos elegido, ni responder a estereotipos, ni asumir lo que no queremos. Podemos decir “no” y tener experiencias y creencias distintas de lo que siempre se ha considerado femenino. Ser tan imperfectas, tenaces, indisciplinadas, frágiles, activas, dispersas, perezosas o fuertes… como queramos.

No hablo por todas, pero  observo a veces con emoción agridulce que hemos conseguido hacer más, tener más, decidir más sobre nosotras y nuestra realidad…, pero buena parte de nuestra calidad de vida se ha quedado olvidada en el camino.

Por eso, aún nos queda por andar y por corregir; por avanzar, por deshacernos de mucho y por borrar.

Con cuarenta, cincuenta, sesenta y más… seguimos siendo mujeres necesarias con una mente abierta y curiosa. Hemos luchado para tener la oportunidad… de seguir aprendiendo, disfrutando y de saber modificar  nuestras opiniones según nuestra experiencia y evolucion personal; de ser felices.

Somos maduras, jóvenes, mayores… ¡qué más da! Somos nosotras.