El pasado 22 de mayo fallecía en Barcelona Eduard Punset, jurista, escritor, economista, político y divulgador científico. Quienes me conocen saben que lo admiraba profundamente. Sus libros, “El viaje a la felicidad” en particular, me impactaron de forma especial. Quizá porque era la primera vez que alguien explicaba las emociones, desde un punto de vista científico pero accesible para todos los públicos.  Que la felicidad se encuentra en la “sala de espera” de la felicidad, que la felicidad es la ausencia de miedo o que la felicidad tiene que ver con el control que tienes sobre tu vida son reflexiones que leí y escuché a Punset y que me han servido de ayuda a lo largo de mi vida.

Otra de sus reflexiones que me parece especialmente relevante es que, pese a la reticencia natural de las personas a reconocer y rectificar errores, “se puede cambiar de opinión e incluso el cerebro humano lo necesita para evolucionar. Mi generación, y sobre todo la de nuestros padres, fueron educadas en el mantenimiento del pensamiento y la ideología “hasta la muerte”. Quien cambiaba de opinión se consideraba un “chaquetero” y a nadie le importaba las razones que le habían llevado a ello. Siempre se pensaba que había un interés económico o de otro tipo detrás.

A pesar de la recomendación de Punsent, el auge de Internet como fuente de información nos está llevando a que ese cambio de opinión sea muy difícil por no decir casi imposible. Con la cantidad de cosas que se publican, con todos los datos disponibles que hay, solo con coger algunos se puede justificar cualquier postura. Es lo que se conoce como el sesgo de confirmación.

Este sesgo cognitivo hace que tratemos de buscar, favorecer y dar mayor credibilidad a la información que confirma nuestras propias creencias y opiniones, a la vez que evitamos y condenamos de antemano la que las contradice. Así, tendemos a leer los editoriales de los diarios que confirman nuestras convicciones políticas, vemos en la TV los programas que coinciden con nuestra visión de la realidad y seguimos en las redes sociales a quienes opinan como nosotros. Y este comportamiento hace que en Internet estemos rodeados de lo que se llama la ‘burbuja de filtrosque solo nos muestra aquello que deseamos ver o con lo que estamos de antemano de acuerdo, teniendo en cuenta los datos que se van recopilando sobre nuestros gustos e intereses.

Burbuja de filtros

Burbuja de filtros” es un concepto popularizado en 2011 en el libro del mismo nombre del escritor Eli Pariser, un activista de Internet fundador del sitio de contenido viral Upworthy.

Hemos llegado al punto de que ya no nos sorprende que lo que aparece en nuestras pantallas al hacer búsquedas en Internet  suele encajar con nuestros intereses. Este comportamiento está pensado para que nuestra experiencia sea lo más agradable posible y así pasemos más tiempo conectados y que ese tiempo se traduzca en otro tipo de consumo: la publicidad.

El problema es que, cuando nos informamos a través de Internet, en las redes sociales o en un medio digital, todo funciona de la misma manera y cuando la ‘burbuja de filtros’ se centra en aquello que encaja con nuestra ideología podemos llegar a hablar de ‘cámaras de eco. Al estar rodeados de opiniones similares a las nuestras y de personas que comparten los mismos puntos de vista, se produce una retroalimentación constante (como un eco que reverbera en una habitación) que nos hace perder la perspectiva y la distancia.

Cada uno nos hemos creado nuestra propia “cámara de eco” basándonos en nuestros propios intereses, pero también en función de nuestros propios prejuicios e inclinaciones sociales, políticas, etc… De esta manera, tendemos a creer que lo que ocurre en el ámbito de nuestras redes sociales es mayoritario o relevante, cuando puede no serlo. Y no hay que pensar que esto sólo pasa en Facebook o Twitter, la información que se comparte en los grupos de Whatsapp es un claro ejemplo de esto.

Fake news

La ‘burbuja de filtrostambién ha influido en la difusión de las noticias falsas (fake news). No solo compartimos más lo que nos gusta, sino que somos menos críticos con esos contenidos. El sesgo de confirmación hace que demos por válido cualquier titular que cuadre con nuestra visión del mundo, mientras que rechazamos los que la contradicen, racionalizando a posteriori esta reacción casi visceral.

Recientemente vi un programa de entrevistas de Netflix llamado “No necesitan presentación con David Letterman”  (que aprovecho para recomendar), en el que Barack Obama advertía sobre la “burbuja de filtros” de Internet. Afirmaba que debe mucho de su propio éxito político a las redes sociales, ya que gracias a ellas pudo construir “lo que terminó siendo la campaña política más efectiva, probablemente en la historia política moderna” para luego, sin embargo, comentar: “Si toda la información que uno obtiene proviene de algoritmos en un teléfono y solo reafirma los prejuicios que uno tiene, se desarrolla un patrón de comportamiento… y contribuye a que tengamos un panorama político y social muy polarizado.

No sé cómo se puede solucionar el problema, pero al menos es importante que seamos conscientes de él para que no perdamos la perspectiva. Si además nos esforzamos en buscar información de fuentes diversas, es posible que alguna vez evolucione nuestro pensamiento y cambiemos de opinión. Por el bien de nuestro cerebro.