Ya de vuelta tras las vacaciones de verano de las que, muchas veces, vienes más cansada de lo que te fuiste, quedamos a cenar con los amigos, cosa siempre muy agradable no tanto por la cena en sí, sino por poder hablar, gritar casi, sobre todo las chicas, he de reconocerlo, contándonos lo divino y lo humano de nuestra experiencia estival.

Qué mejor sitio que Puntarena, un restaurante situado en Alberto Aguilera 20, Madrid, que forma parte de la Casa de México en España. Ya estuve  todo el año pasado, cuando todos los días pasaba en coche, mirando el bonito, precioso, edificio que alberga la casa de México. Todavía me recuerdo atónita observando la entrada de la Casa llena de flores y de toda la parafernalia mexicana. Tan colorida y tan bonita, cuando se inauguró coincidiendo con el día de todos los Santos.

Pero voy a centrarme en el restaurante. Ha aterrizado  en Madrid en este año 2019, aunque tiene varios en México y puedo decir que nos encantó, tanto el entorno, como la comida, como la atención recibida, e incluso, algo que se empieza a perder con los dos turnos, que es   la sobremesa, ya que que te dejan libre y no te están persiguiendo ni atosigando para que acabes.

Para empezar, la entrada es preciosa, con unas cristaleras enormes con muchos tipos de tequila.   A continuación, pasas al restaurante. Nosotros habíamos reservado en la terraza.  En verano es lo que gusta a todo el mundo y además los que fuman pueden regodearse en ello sin moverse de la mesa.

Más que terraza, que vimos que hay dos, se podría decir que es una especie de patio interior, no excesivamente grande pero bonito y acogedor, con no muchas mesas, jardín vertical y una música de fondo muy agradable  que a veces me daba la impresión que subía y bajaba, donde te sentías relajado y feliz.

La parte interior es también muy bonita por lo que si no podéis ir mientras haga buen tiempo merecerá igual la pena.

Adoro la comida mexicana. La comida de Puntarena es más elaborada, estaba todo realmente riquísimo. Los camareros súper serviciales y amables te explican todo lo necesario, en detalle, en nuestro caso, a velocidad de vértigo, pero eso fue parte del encanto.

Para empezar, de aperitivo, alguno se tomó un Margarita y para los que no queríamos alcohol un mezcal de pepino. Alguna cervecita y con ello te traen un aperitivo que es una especie de sopa picante con camarones, que a mí, personalmente, me gustó mucho, junto con unos colines para tomar con un guacamole estupendo.

De primero compartimos el rollo de changurro con atún. Mira que a mí no me gustan las cosas crudas, pero tengo que reconocer que estaba de muerte. También compartimos camarón Rosarito para todos, que es un taco de gambón con salsa de chile, puerro y alguna verdura más un poco picante, riquísimo.

De segundo cada uno se pidió un plato. La hamburguesa de atún deliciosa, y de ración generosa. La costilla en barbacoa, que pidieron varios, contundente, de carne casi ya desmigada, aunque te la traen en forma de bloque, para que la puedas meter en las tortillas. Dos pedimos a compartir una lubina a la brasa con tres salsas que imitan la bandera Mexicana, se nos caían la lágrimas de la emoción al degustarla.

Para finalizar, ya metidos en harina y aprovechando no haber empezado la operación invierno, compartimos tres postres de chuparse los dedos, un nevado de Toluca que realmente estaba riquísimo, un pastel de lima que, como nos dijo el camarero, servía además de para degustar para refrescar la boca,  y un pastel de elote que era un especie de bizcocho sobre leche. Todo fabuloso.

Para rematar tomamos un par de infusiones de hierbabuena, algún que otro margarita y algún gin tonic.

Y luego… de risas y, parloteo hasta las 2 de la mañana, pero sin problema.  Cuando nos fuimos todavía quedaba una mesa.

Totalmente recomendable, con un precio por persona de 55 euros, que consideramos muy bien gastados.